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sus brazos batían el aire; su carita revelaba la intensa concentración mientras sus
delgados labios repetían las palabras de su hermandad. Se plegó sobre si misma y
luego salió disparada, la cabeza hacia un lado y las piernas a otro y, abruptamente,
comenzó a flotar horizontalmente, mirando hacia abajo, batiendo el aire con sus alas.
¡Arriba, Avluela, arriba!
Y arriba iba, conquistando por el mero esfuerzo de su voluntad los vestigios de luz aún
existentes.
Con placer contemplé su desnuda figura recortándose sobre la oscuridad. La podía ver
claramente pues los ojos de un Vigía son agudos. La altura a la que volaba era de
cinco veces la suya propia; ahora, sus alas se hallaban totalmente desplegadas, y esto
hacía que las torres de Ruma se eclipsaran parcialmente para mí. Me saludó con la
mano. Le tiré un beso y le dije palabras de amor. Los Vigías no se casan ni tienen
descendencia, pero Avluela era como una hija para mí y me enorgullecía enormemente
el verla volar. Hacia ya un año que viajábamos juntos, desde que nos habíamos
encontrado en Agupto, pero a mí me parecía que la hubiera conocido toda mi larga
vida. Ella fue quien me insufló renovadas fuerzas. No sé cuál fue la escondida faceta
mía que ella logró revelar. ¿Seguridad? ¿Sabiduría? ¿Una continuidad con los tiempos
que precedieron su nacimiento? Todo mi anhelo consistía en que ella me profesara el
mismo cariño que yo le tenia.
Ahora se hallaba lejos. Estaba entregada a múltiples piruetas, zambullidas,
elevaciones, giros y alados pesos de danza. Su largo pelo renegrido volaba alrededor
de ella. Su cuerpo parecía solamente un apéndice de las dos enormes alas que
relucían, pulsaban y brillaban en la noche. Se elevó, feliz de su aérea libertad,
haciéndome sentir aún más pegado al suelo, y como un rayo se dirigió ligera en
dirección a Ruma. Todo lo que vi de ella fueron las plantas de sus pies, las puntas de
sus alas, y luego desapareció.
Suspiré y puse mis manos bajo mis brazos, para calentarlas. ¿Por qué sentía frío
mientras una muchachita como Avluela podía volar desnuda por el aire?
Nos hallábamos en la duodécima de las veinte horas, momento en que yo debía
realizar mi tarea de Vigía. Fui hasta el carretón, abrí las cajas y preparé los
instrumentos. Algunas de las cubiertas de los diales estaban ya borrosas y
amarillentas, las agujas habían perdido su fluorescencia; las cubiertas de los
instrumentos tenían manchas de salitre, restos de la época en que los piratas me
asaltaron en el océano terrestre. Los niveles y los señaladores, gastados y
resquebrajados, respondieron a mi contacto, cuando comenzaron las operaciones
preliminares. Primero se ruega para obtener una mente pura y perceptiva; luego se
crea la afinidad para con los instrumentos y finalmente se precede a realizar la
observación propiamente dicha, interrogando a los cielos en búsqueda de los enemigos
del hombre. Tales son mi habilidad y mi pericia. Mientras manipulaba llaves y botones
trataba de dejar mi mente libre de todo otro pensamiento, a fin de que yo mismo me
transformara en una extensión de mis instrumentos.
Acababa de traspasar el umbral, y me hallaba en la primera fase de mi tarea de Vigía
cuando oí una voz resonante que dijo a mis espaldas: —Bien, Vigía, ¿cómo va eso?