Sterling, Bruce - Mirrorshades

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MIRRORSHADES: UNA ANTOLOGÍA CIBERPUNK
Edición y Prólogo: Bruce Sterling
Título original: Mirrorshades: the cyberpunk anthology
Traducción: Andoni Alonso e Iñaki Arzoz
© 1986 Bruce Sterling
© 1998 Ediciones Siruela S. A.
Plaza de Manuel Becerra 15 - Madrid.
Edición digital: Merlín
Revisión: Leticia
ÍNDICE
Nota preliminar, Andoni Alonso e Iñaki Arzoz
Prólogo, Bruce Sterling
El continuo de Gernsback, William Gibson
Ojos de serpiente, Tom Maddox
Rock on, Pat Cadigan
Cuentos de Houdini, Rudy Rucker
Los chicos de la calle 400, Marc Laidlaw
Solsticio, James Patrick Kelly
Petra, Greg Bear
Hasta que nos despierten voces humanas, Lewis Shiner
Zona libre, John Shirley
Stone vive, Paul di Filippo
Estrella roja, órbita invernal, Bruce Sterling y William Gibson
Mozart con gafas de espejo, Bruce Sterling y Lewis Shiner
NOTA PRELIMINAR
La primera edición de Mirrorshades, la mítica antología ciberpunk, es de 1986, lo cual
supone un lapso de doce años transcurridos hasta la presente edición en castellano; toda
una eternidad para un género tan fértil y dinámico como la Ciencia Ficción (CF) Resulta
un tanto incomprensible que en todos estos años no se haya editado en castellano un
libro tan célebre, y eso a pesar del auge y vigor editorial que la CF ha alcanzado en
nuestro país. La única excepción parcial al respecto fue la antología Burning Chrome
(1986), no tan representativa como ésta, va que está centrada en un solo autor, William
Gibson, pero que sí ha merecido una reciente traducción (Quemando cromo, Minotauro,
1994), y en la cual se inclinen precisamente dos versiones ligeramente diferentes de dos
cuentos incluidos en Mirrorshades. «Estrella Roja, Órbita Invernal» y «El continuo de
Gernsback».
Por otro lado, si atendemos a la opinión del antólogo y principal teórico de esta
corriente, Bruce Sterling, el ciberpunk va no existe como tal, sus autores han seguido
otros caminos literarios más personales, siendo ahora los verdaderos ciberpunkis «los
libertarios de Internet, o los artistas por ordenador, o los diseñadores de videojuegos, o
los críticos culturales». Así, aparentemente, podría parecer un poco tardía esta
traducción, ya que la época dorada del ciberpunk, al menos en Norteamérica, fue la
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década de los ochenta. Pero éstas son las paradojas de la cultura de nuestro país, para la
que, a pesar de todo lo que la CF ha aportado a la literatura universal y a pesar de la
inteligencia y dedicación de perspicaces editores como Miquel Barceló (muy crítico por
cierto con el ciberpunk) por presentarla al nivel que merece, todavía se la clasifica como
de divertimento superficial y, por supuesto, indigna de la atención de un «verdadero
intelectual».
Estos años pasados, que en ciertos aspectos pesan en la obra, ofrecen, sin embargo,
la suficiente distancia crítica como para preguntarnos, con una cierta perplejidad y
escepticismo, si realmente ha muerto el ciberpunk, si ha podido desaparecer justamente
en plena era de la globalización. Internet y Windows 98. Resulta muy difícil creerlo,
precisamente ahora que muchas de las preocupaciones del ciberpunk parecen más ur-
gentes y tangibles que nunca. Disentimos en parte de Sterling y estamos de acuerdo con
P. Nicholls y J. Chite en que «si el ciberpunk está muerto en los noventa —como varios
críticos afirman—, será el resultado de una eutanasia desde dentro de la propia familia.
Desde luego, los efectos del ciberpunk, tanto dentro de la CF como fuera, en el mundo en
general, han sido vigorizantes; y dado que la mayoría de estos escritores continúa
escribiendo —aunque no necesariamente bajo esta etiqueta—, podemos asumir con
segundad que el espíritu del ciberpunk sigue vivo».
Por todo ello hay excelentes razones para que Mirrorshades sea publicado en este
momento, a pesar del tiempo transcurrido, porque es justamente ahora cuando, en
muchos aspectos, es la sociedad, más que la propia CF, la que se está convirtiendo al
ciberpunk. Esta antología, más incluso que el célebre Neuromante, se ha convertido en el
libro de referencia del ciberpunk, al tiempo que se asienta como un «clásico vivo», pues
todavía puede ofrecer sugerentes lecciones a la siguiente generación de la CF e iluminar
el origen de la época en que vivimos. Es un clásico que ha logrado introducir
definitivamente, por ejemplo, lo sociológico y lo artístico en la CF, rivalizando con la
concepción «dura», más interesada en las ciencias positivas y en la pura maravilla
tecnológica. Tampoco es extraño que esta corriente literaria se haya desarrollado
paralelamente a otras vertientes «posmodernas» de la ciencia —sin darle un matiz peyo-
rativo— de autores como Bruno Latour o Stephen Woolgar, o que también surgiera al
tiempo que asistíamos al auge de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS).
Tanto para los escritores como para «los filósofos de la tecnología», el impacto de la
tecnociencia en nuestra sociedad se ha convertido en el motivo principal de reflexión. Y
todos estos teóricos posmodernos parecen estar de acuerdo en lo mismo que el
ciberpunk, esto es, en que vivimos en una era extraña donde una todopoderosa ciencia y
una ubicua tecnología en alianza nos asaltan y transforman, por lo que una aproximación
puramente racional o positivista no nos satisface ni puede tranquilizarnos en absoluto, por
lo que exigimos saber mínimamente dónde estamos y qué cabe esperar o, al menos,
hacernos la ilusión de que lo podemos asumir. Esos doce años pasados —catorce si
contamos a partir de la primera vez que Bruce Bethke acuñó el término «ciberpunk»—
han conseguido que la academia y la CF converjan, dando lugar a estudios sociales,
filosóficos y culturales ciberpunk. Así, en la actualidad, por ejemplo el «cyborg», uno de
los iconos del ciberpunk, se ha convertido en un horizonte especulativo real, las redes in-
formáticas se hallan sometidas a un permanente debate o la definición de lo «humano» se
ha puesto entre interrogantes. ¿Cómo no nos va a interesar ya el ciberpunk si, después
de la premonitoria CF, nuestro mundo y nuestro futuro, nosotros mismos, somos, aun sin
desearlo, cada vez más ciberpunk?
Desde un punto de vista literario, el ciberpunk ha supuesto un revulsivo estético para la
CF, al tomar prestados recursos de la novela negra, de la música pop y del cine, en un
sugerente eclecticismo que, por supuesto, también puede calificarse como de
perfectamente posmoderno. Y aun aplicando la ley de la CF de Theodore Sturgeon al
ciberpunk —el noventa por ciento de cualquier género literario es basura—, todavía nos
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queda un diez por ciento para saborear y en el que sin duda se incluye esta antología. Por
supuesto que hay un ciberpunk tópico y lleno de lugares comunes, de vaqueros
cableados y siniestros «yakuzas», pero esto es precisamente lo que hace que algunos de
estos relatos sean realmente joyas, piezas que saben equilibrar la calidad literaria con la
sorpresa tecnológica, como es de rigor en toda buena ciencia ficción.
No obstante, y como aviso al lector poco avezado en el género y en esta corriente en
particular, queremos ilustrarle sobre algunos rasgos que pueden sorprenderle o
desconcertarle y que Sterling no pudo advertir en aquella edición original. Así, el estilo de
la mayoría de los relatos imita el de la novela negra, y a veces puede parecer demasiado
sintético e incluso minimalista, al tiempo que se mezcla con jergas y argots, a mentido
inventados por cada autor. La herencia de la novela negra se manifiesta también en el
carácter de los protagonistas, inspirados en los detectives hard boiled hammettianos,
caracterizados por seguir una particular pero germina ética personal en un entorno
marginal. Su estructura narrativa ha sido influenciada en gran medida por el cine, y se
apela constantemente a la capacidad de visualización del lector, así como a su cultura
cinematográfica, todo lo cual se refleja en el aspecto de «guión redactado» de muchos
relatos. La generación ciberpunk ha sido criada por el cine, la televisión y el videoclip, y
eso se hace notar en su enfoque visual y narrativo hasta el punto de que sus relatos
parecen proyectos de películas.
Los sentidos juegan también un importante papel en la estética ciberpunk, pues el
propio cuerpo se convierte en protagonista, al ser alterado por las drogas de diseño o la
tecnología de los implantes y las prótesis electrónicas. Su esfuerzo por evidenciar todo un
mundo sensorial, de una perturbadora sensualidad, provocado por la alteración de los
sentidos a través de psicodélicos viajes al fondo de la mente, constituye una verdadera
novedad en la CF y confiere un peculiar sabor surrealista a muchos pasajes. Otra de sus
características genéricas es presentarnos un escenario próximo a la distopía, en el que
hemos de aceptar con resignado fatalismo nuestro incierto destino y en el que el poder se
encuentra en manos de las multinacionales, por lo que la supervivencia, conservando una
ética elemental, es el objetivo básico. Ese tratamiento crítico de un futuro cercano,
inmediato, que nos inquieta porque va nos resulta familiar, es también un enfoque poco
explorado hasta ahora en la CF. Y, como último rasgo general, y a pesar del proclamado
cosmopolitismo y mestizaje ciberpunk y de su afán globalista, la presencia de la cultura
norteamericana —o la visión que desde allí se tiene de estos fenómenos— se manifiesta
sin ambages y en los más mínimos detalles (o es que quizás esos rasgos se han
extendido por todo el globo y ya todos vivirnos y pensamos en «americano»).
El contenido del libro también merece una serie de comentarios y precisiones. El
prólogo de Sterling, junto a sus generosas presentaciones, se ha convertido en una
magnífica pieza introductoria que tiene ese aroma clásico a manifiesto y que ha sabido
retratar un momento histórico de la sociedad en la que vivimos; así que el lector no
debería eludirlo, pues todavía puede iluminarle acerca del ciberpunk de entonces y el de
ahora. El relato inicial, «El continuo de Gernsback», nos descubre a un Gibson diferente
del autor de Neuromante o Mona Lisa acelerada. Este relato emblemático y casi
fundacional del ciberpunk, según Sterling, nos muestra una actitud descreída e irónica
hacia las utopías tecnológicas del pasado y nos advierte de la amenaza totalitaria que se
esconde bajo cualquier espejismo tecnológico del futuro. Su idea del «fantasma
semiótico» es realmente brillante y sugerente, y casi nos reconcilia con un autor a
menudo inconsistente y de pose, que no ha vuelto a alcanzar este nivel en sus novelas
más conocidas. Tom Maddox se muestra como un convincente fabulador en «Ojos de
serpiente», describiendo un tema de plena actualidad como el cyborg, pero desde la
cercanía de sus sensaciones físicas y psíquicas. «Rock on», de Pat Cadigan, nos
sumerge en esa otra gran influencia del ciberpunk: la estética y la mística del rock and roll,
amenazada por la tecnología. Junto a «Zona libre», una de las más vividas descripciones
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del rock and roll, de John Shirley —ex cantante del grupo Sacio Nation—, nos recuerda
que vivimos en la era de la MTV, del videoclip y de las neotribus musicales, y que el rock
alguna vez fue una cultura marginal y contestataria, toda una forma de vida fronteriza, an-
tes de que los Rolling Stones se convirtieran en los obscenos y decrépitos millonarios de
una industria más poderosa que las acerías y los astilleros. «Cuentos de Houdini», de
Rudy Rucker, y «Petra», de Greg Bear, son quizás los dos relatos aparentemente más
alejados de la temática ciberpunk, aunque guardan algunos curiosos puntos de contacto
con la corriente. El primero es una ágil y delirante broma ucrónica que nos retrotrae al
inicio del cine y está escrito como un puro guión; el segundo, una elaborada fantasía
medieval escrita en un estilo arcaizante, podría equivaler a la versión ciberpunk de la
película de Walt Disney El jorobado de Nótre Dame, en la que las gárgolas vivas
representarían a unos imaginarios antepasados de los cyborgs. «Los chicos de la calle
400», de Marc Laidlaw, nos trae a la memoria Warriors, la mítica película sobre bandas
neoyorkinas, sólo que envuelta en un apocalipsis nuclear y con ribetes de parapsicología.
«Solsticio», de James Patrick Kelly, insiste en el tema de las drogas, con intuiciones
sorprendentes y originales, en el recurrente escenario ciberpunk de Stonehenge, e
ilustrado con una erudición sospechosamente extraída del clásico estudio de Christopher
Chippindale, Stonehenge, el umbral de la historia. «Hasta que nos despierten voces
humanas», de Lewis Shiner, nos acerca al problema político de la manipulación genética,
un tema candente en la época de la oveja «Dolly» y de la amenaza del loco doctor
Richard Seed. «Stone vive», de John di Filippo, condensa gran parte de las preocu-
paciones ciberpunk, como los implantes o la prolongación artificial de la vida bajo un
enfoque crítico hacia el dominio de las grandes corporaciones multinacionales que van a
controlar el mundo. Característico del ciberpunk es el trabajo en colaboración, como
sucede en los relatos «Estrella Roja, Órbita Invernal» —de Gibson y Sterling— y «Mozart
con gafas de espejo» —de Sterling y Shinner—, que cierran el libro. Al primero, el futuro
—nuestro presente— le ha jugado una mala pasada, pues va a ser justamente este año
1998 el del fin de la estación soviética Solyut, pero ya en la Rusia poscomunista de
Yeltsin, y su abandono se debe al colapso técnico y no a la falta de interés de las nuevas
autoridades rusas. En este relato todavía se advierte cierto involuntario patrioterismo de la
guerra fría, en la que se contrapone la visión del cowboy americano por los nuevos
horizontes frente a la tópica cerrazón de la ideología soviética. Por el contrario, «Mozart»
es una refrescante sátira basada en el clásico viaje temporal, trufada de una sarcástica
malicia, que encierra una aguda crítica contra la homogeneizadora cultura americana (si
cabe más vigente en la actualidad).
En general, Mirrorshades quedará como una sólida antología de CF que ha sabido
reunir la gran variedad de temas y registros del ciberpunk, y que nos demuestra cómo los
relatos, en el ciberpunk y en la CF en general, son con frecuencia mejores que muchas
novelas. Es cierto que a veces las jergas inventadas pueden resultar un tanto confusas,
que las escenas eróticas parecen tópicamente pornográficas, que las referencias
particularísimas a la cultura americana pueden extraviar al lector o que las bruscas elipsis
narrativas desconciertan nuestro usual sentido del argumento, pero, al fin y al cabo, el
estilo ciberpunk es así, con sus virtudes y sus excesos, un fascinante híbrido de literatura
de género y de nuestra omnipresente cultura visual. Como traductores, hemos intentado
reflejarlo lo más fielmente posible, sin traicionar sus, acaso ahora, innovadoras
peculiaridades narrativas, ni adornar su tono provocativamente coloquial y callejero.
Hemos mantenido el torturado fraseo que, en ocasiones, acota torrenciales y minuciosas
descripciones con frases sucintas, lo que de hecho resulta muy alejado del estándar de la
propia literatura norteamericana, y que, por ello, resulta doblemente atractivo y posee un
indudable y perverso encanto. Al lector le toca a partir de ahora, según su propia jerga,
conectar con el «modo ciberpunk»: visualizar, imaginar y «flipar», y lo más importante,
disfrutar con esta insolente y retadora forma de entender la CF y la vida. Esperamos que
摘要:

MIRRORSHADES:UNAANTOLOGÍACIBERPUNKEdiciónyPrólogo:BruceSterlingTítulooriginal:Mirrorshades:thecyberpunkanthologyTraducción:AndoniAlonsoeIñakiArzoz©1986BruceSterling©1998EdicionesSiruelaS.A.PlazadeManuelBecerra15-Madrid.Edicióndigital:MerlínRevisión:LeticiaÍNDICENotapreliminar,AndoniAlonsoeIñakiArzoz...

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