Esto ciertamente es verdad. Saleth Sar es valioso de su atención. En su excitación de encontrarse
finalmente con de Gaulle, Sperber casi ha ignorado al viejo compañero del general y su rival en debates de
estudio.
—Perdóneme —dijo Sperber—. Yo no quería ofenderlo. Soy un estudiante, estoy en este lugar para
estudiar y aprender. No es posible para mí saberlo todo.
—Usted no tiene que saberlo todo —Pol Pot dice con reprobación—, pero no es correcto saber nada
en lo absoluto. —Él fija agriamente la vista en de Gaulle, toma la copa de té de manos del general y la pone
con un porrazo en la mesa—. Pienso que le pediré dejar esta mesa —dijo en seguida—. Usted, después
de todo, no fue invitado.
—Tengo que decirles que la intervención Algeriana tendrá un final muy malo —dijo Sperber
precipitadamente—. Ambos deben saber esto, también que la decisión de dejar Indochina no dirigirá en
modo alguno a la paz. Vuestra intervención será reemplazada por norteamericanos ignorantes que, a cada
paso, se hundirán más y más. Eventualmente, los norteamericanos ignorarán los límites de Kampuchea y
cometerán múltiples destrucciones. Ninguna buena voluntad vendrá de todo esto, ninguna en absoluto. Un
país será deshonrado, otro sacrificado. Ustedes deben comenzar a hacer planes ahora.
—¿Planes? —dijo Pol Pot—. ¿Qué clase de planes se supone que debemos hacer? Usted parlotea del
destino, de la destrucción. Pero es la clase de destrucción que precede a la resolución en sí misma. Es vital
que la resolución prevalezca, ése es el porqué he sido enviado a París. Para estudiar textos de revoluciones
exitosas, para conocer la Constitución de los Estados Unidos entre otras cosas.
Pol Pot era el admirador de los principios democráticos. Sperber había olvidado eso.
En esa época, París estaba llena de futuros comunistas que amaban la democracia, los Estados Unidos y
los hábitos sexuales. Era traición, los norteamericanos no tomaron los deseos asiáticos que los habían
transformado en revolucionarios, anti-bolcheviques. Pero Sperber había, por supuesto, olvidado mucho en
varias de sus misiones; el lapsus aquí no era poco característico, los lapsus lo habían llevado a lo largo de
todas esas expediciones, haciendo el asunto mucho mas difícil.
De Gaulle se encoge de hombros apenas cuando Sperber se había encogido hacía sólo momentos
subjetivos en el calculador extra dimensional. La cara del Francés resplandece con confusión, la misma
confusión que sin duda existe en la de Sperber.
—No hay nada que pueda hacer al respecto —dijo Sperber—, o sobre algo más para lo que importa.
Sperber conoce entonces, con repentina y deprimente agudeza de percepción, que él ha hecho todo lo
posible bajo estas circunstancias. No hay nada más que pueda hacer, él ha usado el calculador extra
dimensional para desviarse a este lugar crucial, ha advertido a los futuros líderes de las consecuencias, ha
entregado el mensaje lo mejor que ha podido; ahora la consecuencia —una consecuencia interdimensional
por supuesto, una que ha sido impuesta sobre la situación más que desarrollada—, debería ocupar su
propia dirección. Es una pena que él no pueda traer documentos, frotarlos en las caras de Pol Pot y de de
Gaulle, pero las leyes de la paradoja son implacables y ninguno debe probarlas trayendo una confirmación
al pasado. El interlocutor debe establecer su punto a través del fervor, de la credibilidad. No hay datos que
lo apoyen.