Lloyd Biggle Jr. - Tunesmith

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TUNESMITH
LLOYD BIGGLE. JR.
© 1957, If, by arrangement with E. 1. Carnell
Título en español: El compositor
De Nueva dimensión 10 - 1968/4 - Julio/Agosto 1969
Traducción de M. Trevanner
Edición electrónica de diaspar, Febrero de 1999
***
INTRODUCCION
Amigo lector. Te ruego que te leas previamente esta introducción, y así
disfrutaras mas del relato.
Leyendo la apostilla al cuento SONATA SIN ACOMPAÑAMIENTO de Orson Scott
Card, en ese inmenso y maravilloso libro de relatos publicado por Ediciones B en su
colección NOVA Scott Card, llamado MAPAS EN UN ESPEJO, decía el propio
Scott.... Mejor que lo diga él.
...........
Cogí un par de libros y me escurrí hasta una mesa apartada. Había algunos
adultos en las cercanías, pero no eran empleados, y mientras me callara la boca no
me denunciarían. Abrí los libros y me puse a leer.
La mayoría de los cuentos era demasiado difícil. Leía un par de párrafos, un par
de páginas, y pasaba al siguiente cuento. En general trataban sobre cosas que no
me interesaban. A veces ni siquiera entendía qué pasaba. La ciencia ficción no
parecía destinada a los niños de ocho años, pero aun así, no tenían por qué hacerla
tan difícil. Pero algunos cuentos me hablaban con claridad y capturaron mi
imaginación desde el principio. El más largo que pude terminar comenzaba con la
imagen de gente que visitaba una gran sala de conciertos, y era fastidiada por un
viejo extraño y escuálido que parecía enorgullecerse de ello. Luego el cuento volvía
al pasado y contaba la historia de la creación de esa gran sala de conciertos, y de
quién era ese viejo.
.....Cuando leí esto, me dije "Lo conozco".... Sigamos
Había un tiempo en que la gente había olvidado la alegría de la música, la cual
sólo sobrevivía en la música de los anuncios, canciones cortas destinadas a vender
algo. Pero había un autor de anuncios que tenía un talento especial, una habilidad
que trascendía las limitaciones de su oficio. El cuento me impresionó más que todos
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los que había leído hasta entonces. Me identifiqué con el protagonista: él
representaba mis sueños y esperanzas. Sus dolores eran los míos y sus logros
serían los míos. Siendo un niño, era demasiado pequeño para entender algunos
conceptos. Intelectualmente los capté, pero no tenía experiencia para dar vida a la
idea. No obstante, el cuento mismo, el descubrimiento del protagonista acerca de
quién era y qué podía hacer, la reacción de los demás, y el resultado de sus... ¡ah,
era el camino de la vida de un gran hombre! Cualquiera pude ser grande cuando
sigue caminos que otros alaban. Pero alcanzar la grandeza solitaria, modificar un
mundo rígido para crear un nuevo camino, no porque el mundo lo deseara, no
porque alguien lo hubiera pedido ni hubiera ayudado, sino por afán de señalar un
rumbo que los demás seguirían luego... se transformó en mi auténtica medida del
verdadero héroe.
O quizá ya era mi medida y necesité el cuento para darme cuenta. Qué más da.
En ese momento, siendo un niño sin educación filosófica, el cuento me resultó
abrumador. Me transformó. Desde entonces lo vi todo con ojos nuevos.
Crecí y aprendí a contar historias. Primero fui dramaturgo, luego me dediqué a la
narrativa, y cuando lo hice me dediqué a la ciencia ficción, aunque no me interesaba
mucho la ciencia. Yo quería narrar la historia mítica, aunque no recordaba cuándo lo
había decidido. Y en el género de ciencia ficción v fantasía la historia mítica se
podía contar con claridad y sencillez. Lo sabía, estaba seguro de ello. No podía
elaborar narrativamente lo que necesitaba expresar, salvo en este reino de la ex-
trañeza.
Así que escribí ciencia ficción, y al fin se transformó en el eje de mi carrera de
escritor.
Un día, en la sala de ventas de una convención de ciencia ficción, vi el nombre
Groff Conklin en el lomo de un libro viejo y ajado y recordé esas antologías de mi
infancia, cuando pensaba que tenía que entrar a hurtadillas en la sección de adultos
para leer. Me quedé con las manos apoyadas en el libro, en un ensueño, tratando
de recordar los cuentos que había leído, preguntándome silos hallaría de nuevo y,
en tal caso, si me reina de mis gustos infantiles.
Hablé con el vendedor, mencionándole la época en que había leído esos libros
en la biblioteca de Santa Clara. Me mostró lo que tenía y eché un vistazo a los
libros. No recordaba el título ni el autor del cuento que más me había impresionado,
pero me parecía que era el último cuento del libro. ¿O era simplemente el último que
había leído, porque era inútil leer otro? Ni siquiera eso recordaba.
Al fin logré contarle la historia, y fui recordando más detalles a medida que
hablaba.
- Usted busca Tunesmith de Lloyd Biggle, Jr. - me dijo.
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Lloyd Biggle, Jr. No era uno de esos escritores de la época que hubieran
traspuesto el umbral de los setenta y los ochenta. Su nombre no era tan familiar
como los de Asimov, Clarke, Heinlein o Bradbury, aunque eran sus
contemporáneos. Sentí una punzada de dolor, y también un escalofrío de temor,
porque lo mismo podía ocurrir conmigo. No hay garantía, por haber publicado
durante una década, de que en la siguiente haya un público ávido por leer nuestras
historias. Que te sirva de lección, pensé.
Pero era una lección estúpida y me negué a creerla. Porque otro pensamiento
acudió a mi mente. Lloyd Biggle, Jr. no se transformó en uno de los ricos y famosos
cuando la ciencia ficción se comercializó en los setenta y ochenta. No tenía
muchedumbres de vendedores promoviendo sus obras. No tenía pilas de novelas
cerca del despacho de cada WaldenBooks de Estados Unidos. Pero eso no tenía
nada que ver con el logro, con la valía de sus trabajos, con la atracción de sus
narraciones. Pues su cuento aun vivía en mí. Me había transformado, aun cuando
yo no lo entendía del todo. Yo había absorbido Tunesmith.
Y supe que si podía escribir un cuento que iluminara un rincón oscuro del alma y
viviera para siempre en los demás, poco importaba que escribir me enriqueciera o
me empobreciera, me hiciera famoso o me condenara al olvido, pues habría
modificado un poco el camino del mundo. Sólo un poco, pero todo sería distinto
porque yo lo había logrado.
No todos los lectores tenían que tomar así mis cuentos. Ni siquiera muchos
lectores. Si tan sólo transformaba a unos pocos, habría valido la pena. Y algunos
pasarían a narrar sus propios cuentos, llevando consigo parte de mí. No terminaría
nunca.
Un par de meses antes de escribir este ensayo, yo hablaba con el público acerca
de Tunesmith, refiriéndoles lo que acabo de contar. Comencé a especular sobre el
tema de la influencia.
- Tal vez por eso he escrito tantas narraciones acerca de músicos ~ Maestro
cantor y Sonata sin acompañamiento.
Luego recordé que minutos antes había mencionado que Sonata sin
acompañamiento, tal vez el mejor cuento que haya escrito, fue uno de los pocos
trabajos que me llegó entero. Es decir, me senté a escribirlo (tras haberlo intentado
en vano un par de años antes) y en tres o cuatro horas tuve un buen borrador. No
revisé el borrador, excepto para corregir la puntuación y algunas palabras. Cuando
otros escritores decían que sus cuentos eran regalos de la Musa, se referían sin
duda a esa experiencia.
Pero ahora, pensando en Sonata sin acompañamiento en ese doble contexto,
como un cuento que salió entero v también como un cuento sobre la música, tal vez
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influido por Tunesmith, pensé que quizá Sonata sin acompañamiento no era obra de
una musa (algo en lo que siempre he sido escéptico), sino de Lloyd Biggle, Jr. A fin
de cuentas, aunque el mundo donde ocurre Sonata sin acompañamiento es
totalmente distinto del ámbito de Tunesmith, la estructura básica de ambos cuentos
es casi idéntica.
Un genio musical a quien se le impide tocar desobedece, y su música tiene
efectos perdurables, aunque le arrebaten la oportunidad de obtener provecho
personal de sus logros. Y al final llega al lugar donde tocan su música y es
aplaudido sin que nadie reconozca al autor. Quien haya leído Tunesmith y Sonata
sin acompañamiento reconoce la estructura. Ninguno de los dos cuentos trata sólo
de eso, pero en ambos constituye un parte vital.
No es de extrañar que Sonata sin acompañamiento surgiera entero. Sabía
adónde debía ir el cuento; sabía cómo debía terminar. A fin de cuentas, cuando yo
tenía ocho años, Lloyd Biggle, Jr. me lo enseñó. El cuento parecía tan sincero y
estaba tan arraigado en mí que sin darme cuenta - en un momento en que no
recordaba conscientemente Tunesmith - yo estaba explorando en mi interior,
hallando los elementos míticos de Tunesmith que me afectaban más hondamente, y
vertiéndolos en mis cuentos más potentes y verdaderos.
Bueno, creo que os podéis hacer una idea de porque os pongo este cuento.
Seguid leyendo y disfrutad.
Diaspar.
TUNESMITH
I
Todo el mundo lo llama el Centro. Tiene otro nombre, uno largo que se indica en
la lista de propiedades del gobierno y puede uno consultarlo en la enciclopedia, pero
nadie lo usa. Desde Bombay a Lima es... el Centro. Uno puede salir vacilando de
entre las agitadas nieblas de Venus, abrirse paso hasta un bar, y empezar a decir:
«Cuando yo estuve en el Centro...» Y todos aquellos a quienes alcance la voz
escucharán atentamente. Uno puede mencionar el Centro en las profundidades de
Londres, o en un desierto, y el año después de ese. Es el lugar de vacaciones del
Sistema Solar. Son millas cuadradas de comarca suavemente o marciano, o en las
solitarias avanzadas de Plutón, y saber que será comprendido.
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Nadie explica nunca nada sobre el Centro. No es posible, ni es necesario. Desde
el bebé al centenario que pronto se jubilará todo el mundo ha estado allí, y planea
volver el siguiente año ondulada, transfiguradas merced a un ingenioso
planeamiento, una empedernida labor y un costo increíble. Es un sumario
monumental de las proezas culturales del hombre y, como un fénix, aparec
súbitamente, inexplicablemente, en el final del siglo veinticuatro, de las corroídas
cenizas de un asombroso declino cultural.
El Centro es colosal, espectacular y magnífico. Es inspirador, edificante y extraor-
dinario. Es imponente, maravilloso. Lo es... todo.
Y aunque pocos de sus visitantes no lo saben, o no les importa, también está en-
cantado.
Uno se encuentra en la galería de observación del elevado Monumento a Bach.
Hacía la izquierda, en la falda de una colina, uno puede ver a los tensos espectado-
res que abarrotan el Teatro Griego de Aristófanes. La luz del sol reluce en sus vesti-
dos de vivos colores. Están observando atentamente, contentos de poder ver en
persona lo que otros millones están viendo en visioscopio.
Más allá del teatro, el arbolado Boulevard de Frank Lloyd Wright se curva en la
distancia, una vez pasado el Monumento a Dante y el Instituto de Miguel Angel. Las
torres gemelas de un facsímil de la Catedral de Rheims se alzan sobre el horizonte.
Directamente abajo, uno puede ver el curioso terreno de un jardín francés del siglo
dieciocho y, cercano, el Teatro Moliere.
Una mano te coge de la manga. Uno se gira repentinamente, irritado, y se
encuentra cara a cara con un hombre viejo.
La faz es como el cuero, llena de cicatrices y arrugada. Los escasos cabellos re-
lucen blancos. La mano en tu brazo es una garra retorcida. Lo miras, dándote
cuenta de la quebrada contorsión de un hombro tullido y de la terrible cicatriz donde
debería haber una oreja, y retrocedes alarmado.
Los ojos hundidos te siguen. La mano se extiende en un amplio gesto que incluye
hasta el lejano horizonte, y adviertes que los dedos están mutilados o faltan. La voz
es un áspero graznido:
-¿Te gusta? - dice; y te mira expectante.
Sorprendido, respondes:
- Sí, claro que sí.
- El avanza un paso, y sus ojos son ansiosos, suplicantes.
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- Oye, ¿te gusta?
En tu perplejidad, no puedes hacer otra cosa que afirmar con la cabeza mientras
te giras para irte a toda prisa. Pero tu afirmación produce una extraña respuesta.
Una risa estridente, una sonrisa infantil e inocente de placer, un grito triunfante:
- ¡Yo lo hice! ¡Yo lo hice todo!
O estás en la resplandeciente Avenida de Platón, entre el Teatro Wagneriano,
donde diariamente se ejecuta sin interrupción Der Ring des Nibelungen, y la
reconstrucción del Teatro Globe del siglo dieciséis, donde se representan dramas de
Shakespeare, mañana, tarde y noche.
Y una mano te toca.
-¿Te gusta?
Si respondes con un torrente de alabanzas extáticas, el hombre viejo te mirará
impaciente, y solo esperará hasta que hayas terminado para preguntarte otra vez:
- Oye, ¿te gusta?
Pero una sonrisa y un gesto afirmativo con la cabeza producirán un orgullo exul-
tante, un gesto, un grito:
-¡Yo lo hice!
En el vestíbulo de uno de los miles de hoteles espaciosos, en el cuarto de espera
de la extraordinaria biblioteca donde una copia de cualquier libro que pidas es
reproducida para ti completamente gratis, en la onceava galería del Auditorio
Beethoven, un fantasma se te acerca, te coge un brazo, hace una pregunta.
Y grita altivamente:
-¡Yo lo hice!
Erlin Baque se dio cuenta de la presencia de ella detrás suyo, pero no se volvió.
Se inclinó hacia adelante, su mano izquierda arrancando resonantes bajos de la
multicord, mientras su mano derecha producía una melodía solemne. Con un gesto
relampagueante de su mano tocó un botón, y los débiles tonos agudos tomaron
cuerpo súbitamente, más resonantes, casi como clarinetes. (Pero, por Dios, ¡cuán
diferentes de un clarinete!, pensó).
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-¿Hemos de repetir la misma escena otra vez, Val? - dijo.
- El casero estuvo aquí esta mañana.
Vaciló, tocó un botón, tocó varios botones, y tejió extrañas armonías con los
profundos tonos de un coro de instrumentos de viento. (¡Pero qué coro más débil y
alterado!).
-¿Qué plazo nos da esta vez?
- Dos días. Y el sintetizador de comida se ha estropeado de nuevo.
- Bien. Baja y compra un poco de carne fresca.
-¿Con qué?
Golpeó el teclado con sus puños, y gritó sobre la quebrada disonancia:
No alquilaré un armonizador! No voy a cambiar lo que tengo. Si aparece una
Com con mi nombre en ella, será una que habrá sido compuesta. Puede ser una
idiotez, y puede ser nauseabunda, pero se hará tal y como debe hacerse. No es
mucho, Dios lo sabe, pero es todo lo que tengo.
Se giró con lentitud y miró ferozmente a aquella pálida, decaída, gastada mujer
que había sido su esposa durante veinticinco años. Luego apartó la vista,
diciéndose obstinadamente que él no tenía más culpa que ella. Cuando los editores
pagaban por buenas Coms lo mismo que pagaban por basura...
-¿Va a venir Hulsey hoy? - preguntó ella.
- Me dijo que vendría.
- Si consiguiéramos algún dinero para el casero...
- Y el sintetizador de comida. Y un nuevo visioscopio. Y nuevos vestidos. Hay un
límite para lo que puede hacerse con una Com.
Oyó como ella se apartaba, oyó como abría la puerta, y esperó. No se cerró.
- Walter-Walter llamó - dijo ella -. Serás el compositor que aparecerá hoy en el
Desfile Estelar.
-¿Y qué? Eso no da ningún dinero.
- Pensé que no te interesaría verlo, de modo que le dije a la señora Rennik si po-
dría verlo con ella.
- Seguro. Adelante. Que te diviertas.
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La puerta se cerró.
Baque se puso en pie y se quedó mirando su mesa de trabajo, que ofrecía un
aspecto caótico. Papel para componer, cesiones de Coms líricas, lápices,
diagramas, manuscritos a medio acabar, todo se hallaba amontonado en desorden,
cayendo hacia el suelo. Baque se hizo sitio en un rincón y se sentó cansadamente,
estirando sus - largas piernas bajo la mesa.
- Maldito Hulsey - murmuró -. Malditos editores. Maldito visioscopio. Malditas
Coms.
Componer algo. No eres un palurdo, - como los otros compositores. No obtienes
las melodías apretando el teclado de un armonizador y dejando que la máquina las
armonice por ti. Eres un músico, no un traficante de melodías. Escribe música.
Escribe una... una sonata para multicord. Tómate el tiempo que necesites, ahora, y
compón algo.
Sus ojos se fijaron en las primeras líneas de una cesión Com-lírica: «Si tu volador
tiene sus más y sus menos, sus más y sus menos... »
- Malditos caseros - murmuró, cogiendo un lápiz.
El pequeño reloj de pared tintineó la hora, y Baque se inclinó para conectar el
visioscopio. Un maestro de ceremonias con faz de querubín le sonrió
lisonjeramente.
- Walter-Walter otra vez, señoras y caballeros. Es la hora Com en el Desfile Es-
telar. Treinta minutos de Comerciales por uno de los más dotados compositores de
hoy en día. Nuestro foco Com se posa en... Sonó una ruidosa sintonía de trompas,
con los corrompidos tonos de una multicord.
- ¡Erlin Baque!
La multicord varió hacia una extraña y ondulante melodía que Baque había com-
puesto cinco años antes, para el Queso Tamper, y se oyó un aplauso distribuido
como fondo. Una voz nasal de soprano mascó las palabras y Baque gruñó,
sintiéndose poco feliz.
- «Nosotros preparamos el queso, el queso, el queso, en el viejo estilo...»
Walter-Walter se contorsionó por el escenario, moviéndose al compás de la me-
lodía, y se introdujo entre la audiencia para besar a alguna ama de casa que hacía
fiesta, haciendo reverencias ante las sonoras risas.
La multicord hizo sonar otra sintonía, y Walter-Walter saltó otra vez al escenario,
extendiendo ambos brazos por encima de su cabeza.
9
- Ahora escuchad esto, todos vosotros, hermosa gente. Aquí está Walter-Walter
con su exclusiva de Erlin Baque. - Miró furtivamente por encima de su hombro,
caminó de puntillas unos cuantos pasos para acercarse más al público, puso un
dedo sobre sus labios y entonces gritó en voz alta -: Hubo una vez otro compositor
llamado Baque, deletreado B-A-C-H, pero que se pronunciaba Baque. Era
realmente un compositor a propulsión atómica, un muchacho con talento, según
dicen los que entienden de eso. Vivió hace cuatrocientos o quinientos o seiscientos
años, de modo que no podemos decir si aquel Baque y este Baque se parecían.
Pero no necesitamos a aquel Baque para escuchar a Baque. Nos gusta el Baque
que tenemos. ¿Estáis de acuerdo conmigo?
Gritos. Aplausos. Baque se apartó, sus manos temblando, envuelto en una
nauseabunda oleada de disgusto.
- Empezaremos nuestras Coms de Baque con aquella pequeña obra maestra que
Baque hizo para el Jabón Espumoso. Las ilustraciones son de Bruce Combs. Aten-
ded, mirad y... ¡escuchad!
Baque logró desconectar el visiocopio en el mismo momento en que la primera
nota jabonosa aparecía sobre la pantalla. Cogió la Com lírica otra vez, y su mente
empezó a formar el esquema de una melodía.
«Si tu volador tiene sus más y sus menos, sus más y sus menos, sus más y sus
menos, ¡es que necesitas un WARING!»
La canturreó en voz baja para sí mismo, trazando una línea musical que se
elevaba y saltaba como un volador errático. A esto se le llamaba pintar con
palabras, en el tiempo en que las palabras y los tonos significaban algo. En el
tiempo en el que B-A-C-H Baque estaba subrayando conceptos tan grandiosos
como el cielo y el infierno.
Baque trabajó lentamente, comprobando de vez en cuando una progresión
armónica en la multicord y rechazándola, esforzando su mente para hallar un
aleteante acompañamiento que pudiera simular el sonido de un volador. Pero... no.
La compañía Waring no vería eso muy bien, ya que anunciaba que sus voladores no
hacían ningún ruido.
De repente se dio cuenta del urgente sonido del timbre de la puerta. Atravesó la
habitación para conectar el visor, y este le mostró la regordeta cara de Hulsey
sonriéndole.
- Sube - le dijo Baque. Hulsey asintió y desapareció del visor.
10
Cinco minutos más tarde se tambaleó a través de la puerta, dejándose caer en
una silla que cedió peligrosamente bajo su gruesa figura. Dejó su cartera de mano
en el suelo, y se pasó un pañuelo por la cara.
- ¡Puff! Me gustaría que vivieras en un nivel más bajo. O en un edificio con alguna
instalación moderna. ¡ Esos ascensores me dan unos sustos de muerte!
- Estoy pensando en cambiarme.
- Estupendo. Ya era hora.
- Pero será probablemente un poco más arriba. El casero me ha dado un plazo
de dos días.
Hulsey pestañeó y movió la cabeza tristemente.
- Ya veo. Bien, no te voy a tener pendiente de un hilo. Aquí está el cheque por la
Com del Jabón Sano.
Baque cogió el cheque, lo miró y puso mala cara.
- Estabas atrasado en tus pagos al gremio - dijo Hulsey -. Los tuve que deducir.
- Sí. Lo había olvidado.
- Me gusta tener negocios con el Jabón Sano. Dinero al contado. Muchas compa-
ñías no pagan hasta el final de mes. El Jabón Sano quiere un par de cambios, pero
aún así pagan. - Abrió la cartera de mano y sacó una carpeta -. Hay varias partes
bien amañadas en esto, Erlin, muchacho. Les gusta. Particularmente ese sonido
espumoso en los bajos. Al principio discutieron sobre el número de cantantes, pero
dejaron de hacerlo al oírlo. Ahora solo quieren aquí un espacio para un anuncio
directo.
Baque miró y asintió.
-¿Qué te parece si mantengo el ostinato espumoso como fondo para el anuncio?
- Me parece bien. Suena bien amañado ese... ¿Cómo lo llamaste?
- Ostinato.
- Ah, sí. Me pregunto por qué los otros compositores no hacen cosas como esa.
- Un armonizador no produce efectos - dijo Baque secamente -. Solo... armoniza.
- Déjales unos treinta segundos de sonido espumoso como fondo. Pueden redu-
cirlo si no les gusta.
摘要:

1TUNESMITHLLOYDBIGGLE.JR.©1957,If,byarrangementwithE.1.CarnellTítuloenespañol:ElcompositorDeNuevadimensión10-1968/4-Julio/Agosto1969TraduccióndeM.TrevannerEdiciónelectrónicadediaspar,Febrerode1999***INTRODUCCIONAmigolector.Teruegoqueteleaspreviamenteestaintroducción,yasídisfrutarasmasdelrelato.Leyen...

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Lloyd Biggle Jr. - Tunesmith.pdf

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