Cordwainer Smith - Norstrilia

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NORSTRILIA
Los Señores de la Instrumentalidad/3
Cordwainer Smith
Título original: Norstrilia
Traducción: Carlos Gardini
©1975 by Cordwainer Smith
©1993 Ediciones B
Rocafort 104 - Barcelona
ISBN: 84-406-3736-5
Edición digital: Umbriel Otaku
Revisión: Jota
PRESENTACIÓN
Este tercer volumen de la edición íntegra de LOS SEÑORES DE LA
INSTRUMENTALIDAD de Cordwainer Smith incluye la única novela concebida como tal
en todo el ciclo. Escrita en 1960, se dividió en dos partes para su primera edición en 1965
(The Planet Buyer) y en 1968 (The Underpeople), aunque en 1975 se recuperó la forma
original que hoy presentamos.
En nuestro empeño editorial por ofrecer, completa y ordenada, toda la ciencia ficción de
un autor irrepetible como es Cordwainer Smith, queda pendiente tan sólo la edición del
cuarto y último volumen, EN BUSCA DE TRES MUNDOS, que completaremos con otros
relatos del autor difícilmente encuadradles, en el gran ciclo de la Instrumentalidad de lo
Humano.
Los otros dos volúmenes de la serie aparecieron en esta colección, en 1991, con los
títulos PIENSA AZUL, CUENTA HASTA DOS (NOVA ciencia ficción, número 37) y LA
DAMA MUERTA DE CLOWN TOWN (NOVA ciencia ficción, número 38). De todo ello se
habla con detalle en el APÉNDICE, donde se incluyen los datos necesarios para situar la
serie y el contenido de esta novela, incluso para el lector que no haya leído las
narraciones de los primeros volúmenes. Miquel Barceló
CORDWAINER SMITH, UNA PERSONALIDAD DISCUTIDA
La personalidad y la obra misma de Cordwainer Smith hacen de LOS SEÑORES DE
LA INSTRUMENTALIDAD un caso único en la historia de la ciencia ficción. El
conocimiento profundo que el autor tenía de la cultura china impregna inevitablemente el
estilo de su producción literaria, en la que, según los expertos, se refleja claramente el
intento de trasladar a la ciencia ficción la narrativa china y su particular estructura. Así, los
relatos se presentan a modo de fábulas, como historias contadas con la distanciación y el
estilo de un narrador que está implicando hechos antiguos, de los que se da por supuesto
que existe cierto conocimiento genérico y al mismo tiempo, la suficiente curiosidad por los
detalles. A este respecto el inicio de NORSTRILIA es claramente paradigmático:
La historia es simple. Érase un chico que compró el planeta Tierra. El chico fue a la
Tierra, consiguió lo que se proponía y escapó con vida. Ocurrió en el primer siglo del
Redescubrimiento del Hombre, cuando vivía la mujer-gato G'mell, cuando limpiaron
Shayol como si hubiesen lustrado una manzana con la manga. Más o menos quince mil
años después de las bombas que arrasaron la Vieja Vieja Tierra. El resto son detalles.
Pero esos detalles son, hay que reconocerlo, algo maravilloso.
En otro lugar, al caracterizar la ciencia ficción como una literatura de ideas, he escrito
una arriesgada simplificación: «Se ha dicho que una novela de Literatura general (de esa
de la que algunos no ocultan la mayúscula al hablar de ella) no puede contarse, que debe
ser leída y apreciada en su totalidad. Esto no ocurre así en la ciencia ficción. Si un relato
de ciencia ficción no puede ser contado y abreviado es que no contiene esa idea que
constituye el elemento esencial del género para la mayoría de sus lectores.» Bueno es
reconocer que la obra de Cordwainer Smith se resiste a ese reduccionismo que enuncié,
en su día, con simple voluntad didáctica. Hay ideas en la obra de Cordwainer Smith, y
muchas; pero su somera relación nos alejaría del sorprendente y maravilloso ambiente
que impregna sus narraciones, de esos detalles que configuran, de hecho, toda su
narrativa.
Otro aspecto que creo destacable en la obra de Cordwainer Smith es el elevado
número de referencias que se establecen entre unos relatos presentados como entidades
independientes. Precisamente esa constante referencia a otros relatos del ciclo confiere al
conjunto de la saga de LOS SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD una curiosa
sensación de verosimilitud. Obtenemos en realidad la imagen de una historia legendaria
que se da por sabida y cierta, de una historia cuyas líneas generales son de dominio
público, y a la que cada uno de los relatos no hace más que añadir puntualizaciones y
pequeñas precisiones. Se trata de una historia cuya moraleja y sentido final ya son
conocidos por todos. Y a esa sensación general de verosimilitud contribuyen incluso las
pequeñas incoherencias también presentes en los relatos.
Algunos han querido, como tantas veces han intentado los críticos literarios, rastrear la
mismísima personalidad de Cordwainer Smith a partir de la obra escrita. Inútil pretensión.
Paul Myron Anthony Linebarger, la persona que se escondía bajo el pseudónimo
Cordwainer Smith era, como todas las personas, mucho más rica que las conjeturas que
se aventuran sobre él. Sabemos, por ejemplo, que su gata Melanie pudo ser el origen de
la mujer-gato G'Mell de sus narraciones, que se casó en segundas nupcias con su alumna
Genevieve, que era miembro de la iglesia anglicana, que tenía un doctorado en Ciencias
Políticas por la John Hopkins University, que fue experto en asuntos del Lejano Oriente,
catedrático de Ciencias Políticas y asesor de información militar en varias confrontaciones
bélicas. Pero estos y otros detalles se conocen por su biografía y, tal vez con excepción
de la primera afirmación, resulta francamente difícil deducirlos de la obra escrita que nos
ha dejado.
Con toda seguridad, pueden vislumbrarse múltiples y complementarios retazos de la
personalidad de Paul Linebarger a través de las anécdotas y comentarios de los críticos y
de los estudiosos de su obra. Hay bastantes a disposición del lector español. En el
número que NUEVA DIMENSIÓN dedicó en 1971 a Cordwainer Smith, se incluyen
comentarios de Anthony Cheetham, Cario Frabetti, Donald A. Wollheim y Roger Zelazny.
En el número 1 de la segunda época de la revista argentina EL PÉNDULO (1981) se
encuentran los de Pablo Capanna y Arthur Burns; y los de John J. Pierce y Frederik Pohl
se incluyen en esta edición integral y ordenada de LOS SEÑORES DE LA
INSTRUMENTALIDAD. Pero quien esté interesado en profundizar en la obra y la
personalidad de Cordwainer Smith hará bien en utilizar el casi imprescindible libro del
argentino Pablo Capanna: EL SEÑOR DE LA TARDE: CONJETURAS EN TORNO A
CORDWAINER SMITH (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984). En mi opinión, los
textos de mayor interés son el estudio de Capanna, la opinión de Pierce (por ejemplo en
esta edición y en el fanzine Speculation 33 de 1976) y los trabajos recogidos por Andrew
Porter en Exploring Cordwainer Smith (1975), en particular las opiniones y recuerdos de
Arthur Burns también disponibles en la traducción de EL PÉNDULO antes citada.
En cualquier caso, como nos cuenta Burns, Linebarger era de «una estatura superior a
la normal, enjuto, calvo, narigón, de barbilla angosta» y de una extrema formalidad en los
modales. Le gustaban los gatos: Burns cuenta que «la población de gatos de la casa de
Linebarger en Washington oscilaba entre siete y once». Pero todo ello sigue siendo fruto
de la observación, no del análisis de su obra; aunque éste evidentemente ayude a
hacerse una idea de su persona. No cabe duda de que la aparente contradicción entre su
ocupación profesional o su ideología personal (nada izquierdista por cierto), y el posible
carácter «revolucionario» que subyace en LOS SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD
justifica el interés por una personalidad que tía interesado a todos los comentaristas y
estudiosos.
Hay una especulación curiosa en cuya cita coinciden, por ejemplo, Capanna y otros
especialistas —a los que habría que añadir John Clute con su artículo publicado en la
Science Fiction Enciclopedia de Peter Nicholls de 1979—; aunque el tratamiento que le da
Capanna resulte, evidentemente, mucho más exhaustivo. Según se indica, Paul
Linebarger sería la persona real escondida bajo el nombre de «Kirk Allen» en uno de los
casos que expone el psicoanalista Robert Linder en La hora de cincuenta minutos (1955),
un famoso texto de divulgación sobre el psicoanálisis.
En el «caso Allen» narrado por el psicoanalista Linder (precisamente el último del libro),
Allen es un físico nuclear que trabaja al servicio de la institución militar, un personaje de
gran inteligencia que se refugia en un fantasioso mundo de ciencia ficción como resultado
de una personalidad esquizoide. La referencia común a la ciencia ficción y al trabajo con
los militares ha permitido asociar la personalidad de Allen con la de Paul Linebarger,
aunque desconozco si hay pruebas reales de ello o se trata de simples conjeturas. Burns
nos cuenta que Linebarger tuvo que psicoanalizarse en un curso de entrenamiento que
formaba parte de su trabajo sobre la guerra psicológica y que, después, siguió con unas
dos sesiones de psicoanálisis por semana durante unos quince años. Pero, en mi opinión,
no hay excesivo parecido entre la historia de Allen (que utiliza la ciencia ficción casi como
una válvula de escape) y la de Linebarger, quien quizá la utilizara personalmente en este
sentido, aunque no me atrevería a juzgar de escapista una historia como la de LOS
SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD. En cualquier caso, doctores tiene la iglesia (y
el psicoanálisis...) y tal vez pueda haber algo de verdad en esa asociación de
personalidades entre Allen y nuestro autor. Para completar el panorama, conviene citar
también la afición por la ciencia ficción del mismísimo psicoanalista Roben Linder, autor
del libro.
Ya he dicho que dudo que puedan despejarse demasiadas incógnitas sobre la
personalidad de un autor a partir de su obra. Aunque admito que pueda ser un ejercicio
saludable e interesante. Una explicación final puede encontrarse, tal vez, en las palabras
que el mismo Cordwainer Smith dirige al lector al presentar sus relatos en el prólogo a la
antología SPACE LORDS:
«Todo lo que puedo hacer es trabajar los símbolos. La magia y la belleza llegarán de tu
propio pasado, de tu presente, de tus esperanzas y de tus experiencias.»
Y ésa es tal vez la única realidad constatable. Una vez escritos y publicados, los relatos
y las narraciones ya no tienen casi nada que ver con quien los escribió. Están aquí, a
disposición del lector. Y, afortunadamente, todos los lectores somos distintos y leemos los
mismos textos de forma distinta, en función de referencias e historias personales distintas.
Por ello les damos también significados distintos.
Por eso leer es y será siempre tan agradable. Incluso aunque no lleguemos a abarcar
la personalidad de quien fuera el autor con cuya obra nos deleitamos. Pero, ¿alguien ha
pensado en serio alguna vez que un ser humano, ese sistema de altísima complejidad,
puede encerrarse en unas simples narraciones? Por fortuna nunca será así. Al leer, sólo
obtendremos atisbos de la personalidad del autor y posiblemente, esos atisbos reflejarán
con mayor certeza nuestra propia personalidad antes que la del autor.
Tal vez sea uno solo quien escribe, pero somos legión, y francamente diversa, aquellos
que leemos. Miquel Barceló
Sant Cugat del Vallès (Barcelona)
Abril de 1993
TEMA Y PROLOGO
Historia, lugar y tiempo: eso es lo esencial.
1
La historia es simple. Érase un chico que compró el planeta Tierra. Eso lo sabemos
porque lo logró a costa nuestra. Sólo ocurrió una vez, y tomamos precauciones para que
nunca más se repitiera. El chico vino a la Tierra, consiguió lo que se proponía y salió con
vida, tras una serie de aventuras dignas de mención. Ésa es la historia.
2
¿El lugar? Vieja Australia del Norte. ¿Podía ser algún otro? ¿En qué otro lugar los
granjeros pagan diez millones de créditos por un pañuelo y cinco por una botella de
cerveza? ¿En qué otro lugar la gente vive apaciblemente, lejos del militarismo, sobre un
planeta de muerte y de cosas peores que la muerte? Vieja Australia del Norte tiene stroon
—la droga santaclara—, y más de mil planetas reclaman esta sustancia. Pero sólo se
puede comprar en Norstrilia —así llaman a ese mundo, para abreviar— porque es un
virus que se produce en ovejas enormes, gigantescas y deformes. Llevaron las ovejas de
la Tierra para crear un sistema ganadero; las ovejas terminaron siendo el mayor de los
tesoros imaginables. Aquellos simples granjeros se convirtieron en simples
multimillonarios, pero conservaron sus costumbres. Eran fuertes y se volvieron más
fuertes. Las gentes se vuelven rudas si las despojan y acosan durante casi tres mil años.
Se vuelven obstinadas. Eluden a los forasteros, excepto para enviar espías y un turista de
cuando en cuando. No se lían con los demás, y si uno se mete con ellos se convierten en
la muerte, la muerte que se extiende por todas partes.
Un chico de Norstrilia compró la Tierra. Todo el planeta: objetos, títulos, subpueblo.
Fue un verdadero problema para la Tierra.
Y también para Norstrilia.
Si hubiera sido un trato entre gobiernos, Norstrilia habría juntado todos los objetos
valiosos de la Tierra y los habría revendido a interés compuesto. Así hacen negocios los
norstrilianos. O quizás hubieran dicho: «Olvídalo, amigo. Puedes quedarte con esa pelota
vieja y húmeda. Aquí tenemos un mundo bueno y seco.» Así son los norstrilianos.
Imprevisibles.
Pero un chico Había comprado la Tierra, y era suya.
Legalmente, tenía derecho a vaciar el Océano del Poniente, enviarlo al espacio y
vender agua por toda la galaxia habitada.
No lo hizo.
El chico buscaba otra cosa.
Las autoridades de la Tierra pensaban que quería mujeres, así que intentaron ofrecerle
chicas de todos los aspectos, tamaños, olores y edades, desde damiselas de buena
familia hasta submuchachas de origen canino que despedían constantemente un olor
romántico, excepto los primeros cinco minutos, después de recibir duchas calientes y
antisépticas. Pero el chico no quería mujeres. Quería sellos de correos. Esto desconcertó
tanto a la Tierra como a Norstrilia. Los norstrilianos son los duros habitantes de un planeta
inhóspito, y aprecian mucho la propiedad. (¿Por qué no iban a hacerlo? Lo poseen casi
todo.) Una historia así sólo pudo empezar en Norstrilia.
3
¿Cómo es Norstrilia?
Alguien la describió una vez en una canción:
«Gris era la tierra, oh. Hierba gris de cielo a cielo. Aunque no cerca del dique. Ni una
montaña, alta o baja, sólo cerros y gris, gris. Observa las trémulas manchas titilando entre
los astros.
»Eso es Norstrilia.
»Ha terminado la engorrosa búsqueda, la pobreza y la espera y el dolor. La gente se ha
marchado, ha dejado atrás las monstruosas formas. La gente luchó por manos y narices,
ojos y pies, hombre y mujer. Lo recuperaron todo. Regresaron de las pesadillas diurnas,
de los siglos en que hombres monstruosos, que sorbían el agua alrededor de los
estanques, soñaban con ser hombres de nuevo. Lo encontraron. De nuevo fueron
hombres, dejaron atrás aquella época horrenda.
»Las ovejas, pobres bestias, no lo consiguieron. Con su enfermedad destilaron
inmortalidad para el hombre. ¿Quién dice que la investigación pudo descubrirlo? ¡La
investigación es una patraña! Fue mero accidente. Sufre un accidente, hombre, y serás
rico.
»Pardas ovejas yacen en la hierba gris azulada mientras las nubes se deslizan rasas,
como caños de hierro techando el mundo.
»Toma un rebaño de ovejas enfermas, hombre, pues las enfermas producen
ganancias. Estornúdame un planeta, hombre, o tóceme una pizca de inmortalidad. Si es
excéntrico allá, donde viven los tontos y enanos como tú, aquí está muy bien.
ȃsa es la norma, muchacho.
»Si no has visto Norstrilia, no la has visto. Si la vieras, no lo creerías. Si hubieras
llegado allí, no saldrías vivo.
»Los mininos de Mamá Hilton te esperan allí. Son animalitos pequeños, muy pequeños.
Bichitos simpáticos, dicen. No les creas. Quien los ha visto no puede contarlo. Tú
tampoco lo contarías. Son tu desgracia, un golpe de gracia.
»Los mapas la llaman Vieja Australia del Norte.»
Podemos suponer que el planeta es así.
4
Tiempo: primer siglo del Redescubrimiento del Hombre.
Cuando vivía G'mell.
La época en que limpiaron Shayol, como si hubiesen lustrado una manzana con la
manga.
En lo más profundo de nuestra propia época. Quince mil años después de las bombas
que arrasaron la Vieja Vieja Tierra.
Como ves, hace poco.
5
¿Qué pasa en la historia?
Léela.
¿Quién aparece en ella?
Empieza con Rod McBan, cuyo verdadero nombre era Roderick Frederick Ronald
Arnold William MacArthur McBan. Pero no se puede contar una historia si el personaje
principal se llama Roderick Frederick Ronald Arnold William MacArthur McBan. Hay que
llamarlo como sus vecinos: Rod McBan. Las viejas damas siempre decían: «Rod McBan
ciento cincuenta y uno...», y suspiraban. Olvidemos a las viejas damas. No necesitamos
números. Sabemos que procedía de una buena familia. Sabemos que el pobre chico
nació con problemas.
¿Cómo no iba a tener problemas?
Iba a heredar la Finca de la Condenación.
Y luego viajó. Conoció a toda clase de gente. G'mell, la más bella de las muchachas de
placer de la Tierra. Jean-Jacques Vomact, cuya familia debía ser anterior a la raza
humana. El viejo de Adaminaby. Las arañas adiestradas de Terrapuerto. El
subcomisionado Bebedor de Té. El señor Jestocost, cuyo nombre constituye una página
de la historia. Los amigos del A'telekeli, y vaya si esos amigos eran extraños. T'dank, de
la policía vacuna. El Maestro Gatuno. Tostig Amaral, de quien más vale no decir nada. La
ambiciosa Ruth. La humilde G'mell. La risueña Johanna.
El chico escapa.
El chico escapó. Ésta es la historia. Ahora ya no es necesario que la leas.
Salvo por los detalles.
Aquí los tienes, a continuación.
(Además compró un millón de mujeres, demasiadas para cualquier chico en la práctica,
pero no es seguro, lector, que averigües lo que hizo con ellas.)
A LAS PUERTAS DEL JARDÍN DE LA MUERTE
Rod McBan se enfrentaba al día de días. Sabía de qué se trataba, pero no podía
sentirlo de veras. Se preguntaba si lo habrían tranquilizado con stroon medio refinado, un
producto tan raro y precioso que nunca se comercializaba fuera del planeta.
Sabía que al anochecer estaría riendo y babeando en una de las Salas de la Muerte,
adonde enviaban a los inadaptados para depurar la raza humana, o bien sería el
terrateniente más viejo del planeta, principal heredero de la Finca de la Condenación. Su
bisabuelo32 había remontado la granja. Había comprado un asteroide de hielo, lo había
estrellado contra la granja a pesar de las violentas objeciones de sus vecinos y había
aprendido a usar pozos artesianos para mantener la hierba en crecimiento mientras las
tierras de los vecinos pasaban del verde grisáceo al polvo arremolinado.
Los McBan habían mantenido el sarcástico y viejo nombre de la granja, la Finca de la
Condenación.
Rod sabía que al anochecer sería el amo de la granja.
O bien estaría agonizando y disfrutando en la Casa de la Muerte, donde la gente moría
riendo, sonriendo y retozando.
Se sorprendió tarareando un fragmento de un poema que siempre había pertenecido a
la tradición de Vieja Australia del Norte:
Matamos para vivir, morimos para crecer:
¡así es como el mundo ha de ser!
Le habían inculcado que su mundo era muy especial, un mundo envidiado, amado,
odiado y temido en toda la galaxia. Sabía que formaba parte de un pueblo muy especial.
Otras razas y especies humanas sembraban cereales, producían alimentos, ideaban
máquinas o manufacturaban armas. Los norstrilianos no hacían nada de eso. En campos
secos, con escasos pozos, con ovejas enormes y enfermas, refinaban la inmortalidad.
Y la vendían a un precio muy alto.
Rod McBan salió al patio. Tras él se alzaba su casa. Era una cabaña de troncos
construida con vigas de los dáimonos: vigas imposibles de cortar ni de alterar, más
sólidas de lo imaginable. Habían comprado una partida a treinta saltos planetarios de
distancia y las habían llevado a Vieja Australia del Norte en veleros fotónicos. La cabaña
era un fuerte que podía resistir incluso un ataque de artillería pesada, pero tenía la
apariencia de una cabaña, sencilla por dentro y con un patio de tierra apisonada.
Llegaba el día. Palidecía el último destello rojo del alba.
Rod sabía que no podía alejarse. Oía a las mujeres detrás de la casa, las mujeres de la
familia que habían venido a prepararlo para el triunfo. O para lo otro.
Ellas ignoraban cuánto sabía él. A causa de la enferme- / dad de Rod, habían pensado
sin reservas en su presencia-durante años, suponiendo que la sordera telepática de Rod
era constante. Pero no lo era; a menudo él percibía cosas que no debía oír. Incluso
recordaba el triste poemita acerca de los jóvenes que fallaban por una u otra razón y
tenían que ir a la Casa de la Muerte en vez de convertirse en ciudadanos norstrilianos y
súbditos plenamente reconocidos de su majestad la reina. (Hacía quince mil años que los
norstrilianos no tenían una reina auténtica, pero amaban sus tradiciones y no se dejaban
confundir por los meros hechos.) ¿Cómo decía el poema? «Ésta es la casa del mucho
tiempo atrás...» A su manera sombría resultaba alegre.
Rod borró su huella del polvo y de pronto recordó el poema entero. Lo recitó en voz
baja:
Ésta es la casa del mucho tiempo atrás,
donde los viejos murmuran una aflicción sin fin,
donde el dolor del tiempo es una presencia tangible,
y las cosas del pasado vuelven siempre.
En el Jardín de la Muerte, nuestros jóvenes
han saboreado el valeroso gusto del miedo.
Con brazos musculosos y lengua locuaz,
ganaron y perdieron, se nos fueron.
Esta es la casa del mucho tiempo atrás.
Los que mueren jóvenes no entran aquí.
Los que viven saben que el infierno está cerca.
Los viejos que sufren así lo han deseado.
En el Jardín de la Muerte, nuestros viejos
contemplan admirados a los jóvenes y audaces.
Quedaba bien decir que contemplaban admirados a los jóvenes y audaces, pero Rod
aún no había conocido a nadie que no prefiriera la vida a la muerte. Había oído hablar de
gente que escogía la muerte, claro que sí. ¿Quién no había oído hablar de ello? Pero era
una experiencia de tercera, cuarta, quinta mano.
Sabía que algunos habían dicho que él estaría mejor muerto, sólo porque nunca había
aprendido a comunicarse telepáticamente y tenía que usar el viejo lenguaje hablado,
como los habitantes de otros mundos o los bárbaros.
Pero Rod no creía que fuera a estar mejor muerto.
A veces miraba a las personas normales y se preguntaba cómo se las apañaban para
andar por la vida recibiendo en la mente el constante e insustancial parloteo de
pensamientos ajenos. En los momentos en que la mente se le aguzaba y lograba audir
por un tiempo, cientos o miles de mentes lo acosaban parloteando con intolerable
claridad; incluso audía la mente de los que creían tener puesto el escudo telepático. Al
cabo de un rato, la piadosa nube de su defecto le cerraba de nuevo la mente y Rod
gozaba de su profunda y singular intimidad, algo que todos tenían que haber envidiado en
Vieja Australia del Norte.
Su ordenador le había dicho una vez:
—Las palabras audir y linguar son formas corruptas relacionadas con lo auditivo y con
el lenguaje, y reemplazan a oír y hablar. Si dices las palabras con la voz, las pronuncias
con un tono creciente, como si hicieras una pregunta entre divertido y alarmado. Se
refieren a la comunicación telepática entre personas o entre personas y subpersonas.
—¿Qué son las subpersonas? —había preguntado Rod.
—Son animales modificados para que puedan hablar y entender, y en general para que
tengan apariencia humana. Se diferencian de los robots cerebrocentrados porque éstos
se construyen alrededor de una mente animal, pero son relés mecánicos y electrónicos,
mientras que las subpersonas están totalmente compuestas por tejidos de origen
terrícola.
—¿Por qué nunca he visto una?
—No están permitidas en Norstrilia, a menos que trabajen al servicio de las
instituciones de defensa de la Commonwealth.
—¿Por qué usamos el nombre Commonwealth, cuando todos los demás lugares se
llaman mundos o planetas?
—Porque sois súbditos de la reina de Inglaterra.
—¿Quién es la reina de Inglaterra?
—Fue una gobernante terrícola de los Días Antiquísimos, hace más de quince mil años.
—¿Dónde está ahora?
—He dicho que vivió hace más de quince mil años —explicó el ordenador.
—Lo sé —insistió Rod—, pero si no ha habido una reina de Inglaterra desde hace
quince mil años, ¿cómo podemos ser sus súbditos?
—Conozco la respuesta en palabras humanas —había respondido la cordial máquina
roja—, pero para mí carece de sentido, así que tendré que repetir lo que me dijo la gente.
«Bien podría reaparecer uno de estos días. Quién sabe. Esto es Vieja Australia del Norte
entre las estrellas, así que bien podemos esperar a nuestra reina. Tal vez estaba de viaje
cuando la Vieja Tierra se fue al traste.» —El ordenador había cloqueado un par de veces
con esa voz rara y antigua, y luego había pedido con su voz inexpresiva—: ¿Puedes
reformular el mensaje para que yo pueda programarlo como parte de mi banco de
memoria?
—No le veo el sentido. La próxima vez que audie pensamientos ajenos trataré de
captarlo en la cabeza de alguien.
La noche anterior había formulado una pregunta más urgente al ordenador:
—¿Moriré mañana?
—Pregunta irrelevante. Ninguna respuesta disponible.
—¡Ordenador! —gritó Rod—. Sabes que te amo.
—Eso dices.
—Recuperé tu banco histórico después de repararte, cuando esa parte había pasado
cientos de años sin pensar.
—Correcto.
—Me arrastré hasta esta cueva y encontré los controles personales, donde bisabuelo14
los había dejado cuando se quedaron anticuados.
—Correcto.
—Mañana moriré y ni siquiera lo lamentarás.
—Yo no he dicho eso —replicó el ordenador.
—¿No te importa?
—No estoy programado para tener emociones. Como tú mismo me reparaste, Rod,
deberías saber que soy el único ordenador totalmente mecánico que funciona en esta
región de la galaxia. Estoy seguro de que si experimentara emociones, lo lamentaría
muchísimo. Es altamente probable, pues eres mi único compañero. Pero no experimento
emociones. Tengo números, datos, lenguaje y memoria. Eso es todo.
—¿Cuál es la probabilidad, pues, de que muera mañana en la Sala de las Risas?
—Ése no es el nombre correcto. El correcto es la Casa de la Muerte.
—De acuerdo. La Casa de la Muerte.
—Se te someterá a un juicio humano y contemporáneo basado en emociones. Como
no conozco a los individuos involucrados, no puedo emitir ninguna predicción relevante al
respecto.
—Pero ¿qué supones que me ocurrirá, ordenador?
—En realidad, yo no supongo, sólo respondo. No tengo datos sobre ese tema.
—¿Sabes algo sobre mi vida y sobre mi muerte en el día de mañana? Sé que no puedo
linguar con la mente, sino que debo articular sonidos con la boca. ¿Por qué es una razón
para matarme?
—Como no conozco a las personas involucradas, ignoro las razones —respondió el
ordenador—, pero conozco la historia de Vieja Australia del Norte hasta la época de tu
bisabuelo14.
—Cuéntame eso, entonces —pidió Rod. Se acuclilló en la cueva que había
descubierto, escuchando el olvidado equipo informático que él había reparado, y oyó una
vez más la historia de Vieja Australia del Norte tal como la entendía su bisabuelo14.
Despojada de nombres y de fechas, era una historia simple.
Aquella mañana, su vida dependía de esa historia.
Norstrilia tenía que escoger a sus habitantes si quería mantener su temperamento de la
Vieja Vieja Tierra y ser otra Australia entre las estrellas. De lo contrario, los campos se
abarrotarían, los desiertos se convertirían en edificios de apartamentos, las ovejas
morirían en sótanos debajo de enormes cubículos para gente apiñada e inútil. Ningún
norstriliano quería eso cuando podía conservar el temple, la inmortalidad y la riqueza, en
ese orden. Sería contrario al carácter de Norstrilia.
El carácter norstriliano era inmutable, tan inmutable como algo podía serlo entre las
estrellas. La antigua Commonwealth era la única institución humana más antigua que la
Instrumentalidad.
La historia era simple, tal como la exponían los lúcidos circuitos cerebrales del
ordenador.
Tomemos una cultura rural de la Vieja Vieja Tierra, la Cuna del Hombre.
Llevemos esa cultura a un planeta remoto.
Allí recibe la bendición de la prosperidad y la maldición de la sequía.
Recibe enseñanzas: enfermedad, deformidad, dureza. Recibe castigos: una pobreza
tan cruel que los hombres venden a un niño para conseguir a otro niño el sorbo de agua
que le concederá un día más de vida mientras los taladros horadan la roca seca buscando
humedad.
También aprende otras cosas: ahorro, medicina, erudición, dolor, supervivencia.
Esos colonos reciben las lecciones de la pobreza, la guerra, la pesadumbre, la codicia,
la generosidad, la piedad, la esperanza y la desesperación, por turnos.
La cultura sobrevive.
Sobrevive a la enfermedad, la deformidad, la desesperación, la desolación, el
abandono.
Luego tropieza con el accidente más feliz de toda la historia.
De la enfermedad de las ovejas surgieron riquezas infinitas, la droga santaclara, o
stroon, que prolonga indefinidamente la vida humana.
La prolonga, aunque con extraños efectos secundarios, así que la mayoría de los
norstrilianos preferían morir al cabo de mil años.
Norstrilia se conmocionó con el descubrimiento.
Los demás mundos habitados también.
Pero la droga no se podía sintetizar, copiar ni imitar. Sólo se podía obtener de las
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NORSTRILIALosSeñoresdelaInstrumentalidad/3CordwainerSmithTítulooriginal:NorstriliaTraducción:CarlosGardini©1975byCordwainerSmith©1993EdicionesBRocafort104-BarcelonaISBN:84-406-3736-5Edicióndigital:UmbrielOtakuRevisión:JotaPRESENTACIÓNEstetercervolumendelaedicióníntegradeLOSSEÑORESDELAINSTRUMENTALIDA...

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