
Almuric Robert E. Howard
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este enfrentamiento, se sentía y se mostraba inestable e incierto. Por su particular constitución física, el
gozo pleno de este enfrentamiento —de forma legítima, en un ring o en un campo de fútbol— le fue
negado. Su carrera de jugador de fútbol estaba marcada por numerosos incidentes —golpes y lesiones
infligidas a los hombres que luchaban contra él— y fue marcado como un hombre brutal, cosa que no era
necesaria, que luchaba para desgraciar a sus adversarios y no para vencer en un partido. Aquello era
algo injusto. Las heridas ocasionadas eran resultado únicamente del uso de su fuerza prodigiosa,
siempre superior a la de los hombres que le oponían. Cairn no era un gigante con espíritu lento y
temperamento flemático, como normalmente son los hombres muy fuertes; vibraba con una vida
impetuosa, ardía con una energía dinámica. Se dejaba llevar por el placer del combate, y se obligaba a
controlar su propia fuerza, y el resultado eran miembros rotos o fracturas de cráneo en sus adversarios.
Por esa razón abandonó los estudios universitarios, decepcionado y lleno de amargura, para
convertirse en boxeador profesional. De nuevo el destino se aferraba a sus pasos. Durante su
entrenamiento, e incluso antes del primer combate en el ring, tuvo la desgracia de herir mortalmente a su
sparring. Tan pronto como los periodistas supieron del incidente, lo pregonaron de un modo
desproporcionado. El resultado fue que le retiraron la licencia a Cairn.
Desorientado, insatisfecho, recorrió el mundo como un Hércules incapaz de encontrar reposo, en
busca de una salida a la inmensa vitalidad que bullía en él, buscando vanamente una forma de vida lo
suficientemente salvaje y ruda como para satisfacer sus febriles deseos, heredados de los días rojos y
brumosos de la juventud del mundo.
Sobre la última explosión de furia ciega que le desterró para siempre de la vida y del mundo por
el que erraba como un extraño, tengo que decir muy pocas palabras. El suceso creó estupor durante
nueve días, y los periodistas lo explotaron con grandes titulares sensacionalistas. Era una historia tan
vieja como el mundo... Un gobierno corrompido, un político deshonesto, un hombre elegido, a su antojo,
para ser utilizado como instrumento y servir de marioneta.
Cairn, una persona inquieta y cansada de la monotonía de una vida para la que no estaba hecho,
fue el instrumento ideal... durante un tiempo. Pero Cairn no era ni un criminal ni un imbécil. Comprendió
su juego más deprisa de lo que ellos esperaban, y se les opuso firmemente de un modo sorprendente, ya
que no conocían verdaderamente al hombre.
Así pues, y de esta forma, las consecuencias no hubieran sido tan violentas si el hombre que
utilizó a Cairn y arruinó su reputación, hubiera sido algo más inteligente. Acostumbrado a tener a los
hombres bajo su pie y a verles arrastrarse para pedir clemencia, amo Blayne, no podía comprender que
tenía ante sí a un hombre para el que su poder y fortuna no significaban nada.
Cairn había aprendido a controlarse rudamente a sí mismo; hizo falta un insulto grosero y una
mala pasada por parte de Blayne para hacerle salirse de sus casillas. Por primera vez en su vida, la
naturaleza salvaje de Cairn se inflamó y explotó. Toda una vida encasillada por prohibiciones y
represiones salió al exterior para convertirse en el puñetazo que rompió el cráneo de Blayne, como si
fuera una cascara de huevo, que le dejó tumbado en el suelo, muerto, detrás de la mesa de despacho
desde la que había gobernado toda la ciudad durante montones de años. Cairn no era estúpido. Y,
mientras la bruma escarlata de la rabia y la ira se disipaba de delante de sus ojos, comprendió que no
podía escapar de la venganza de la mafia política que controlaba la ciudad.
No fue por miedo por lo que huyó de la casa de Blayne, fue porque iba empujado por su instinto
primitivo; también porque iba buscando un lugar más apropiado para enfrentarse a sus perseguidores y
batirse hasta la muerte.
Y fue el azar lo que le condujo hasta mi laboratorio.
Tan pronto hubo entrado, quiso salir de nuevo, para evitar que yo resultara implicado en el
asunto, pero le persuadí de que se quedara y de que me contara su historia. Desde hacía mucho tiempo
yo esperaba una catástrofe de aquella índole. El hecho de que se hubiera contenido tanto tiempo
indicaba su temperamento de acero. Su naturaleza era tan salvaje e indómita como la de un león de
espesa melena.
No tenía ningún plan... solamente tenía la intención de hacerse fuerte en alguna parte, de esperar
la llegada de la policía y batirse hasta ser acribillado por el plomo.