Las dos lunas de Hermes estaban en lo alto: Caduceus ascendía, pequeña pero casi
llena, y la ancha guadaña de Sandalion se hundía hacia el oeste. Arriba, en la penumbra
del atardecer, un par de alas atraparon la luz del sol que se acababa de poner y
despidieron reflejos dorados. Un pájaro tilirra cantaba entre el follaje de un milhojas
agitado por la débil brisa. La prisa del río Palomino resonaba en el fondo del cañón que él
mismo había ido excavando, pero el sonido llegaba a lo alto convertido en un murmullo.
Sandra Tamarin y Peter Asmundsen salieron a la terraza de la mansión. Deteniéndose
junto a la balaustrada, contemplaron el paisaje que les rodeaba: el agua que destellaba
abajo entre la sombra, a su alrededor el bosque circundaba Windy Rim, y enfrente las
siluetas violáceas de las colinas arcádicas. Sus manos se encontraron.
—Me gustaría que no tuvieras que irte —dijo ella al fin.
—A mí también me gustaría no tener que irme —replicó él—. Ha sido una visita
maravillosa.
—¿Estás seguro de no poder arreglártelas desde aquí? Tenemos equipos completos
de comunicación, computación y recuperación de datos, de todo.
—En un caso normal llegaría con eso. Pero ahora..., la verdad, mis empleados de la
casta de los travers tienen quejas legítimas. Creo que yo en su lugar también amenazaría
con ir a la huelga. Si no puedo evitar que los leales tengan preferencia en la promoción,
por lo menos puedo negociar ciertas compensaciones para los travers, por ejemplo
vacaciones extras. Y sus líderes estarán más inclinados a llegar a un compromiso si me
tomo la molestia de reunirme con ellos en persona.
—Supongo que tienes razón. Posees intuición para esas cosas. Me gustaría poseerla a
mí también —suspiró ella.
Se contemplaron mutuamente durante cierto tiempo antes de que él dijera:
—La tienes, y más de lo que piensas. Y es mejor así... Probablemente serás nuestra
próxima Gran Duquesa —dijo sonriendo.
—¿Lo crees de veras?
El tema que habían estado dejando de lado durante aquellas vacaciones salió por fin
en aquel momento. La mujer añadió:
—En un tiempo yo también lo creía; ahora no estoy tan segura. Por eso me he venido
aquí, a la casa de mis padres. Después de ver las consecuencias de mi propia estupidez,
mucha gente ha dejado en claro lo que piensa de mí.
—Déjate de tonterías —dijo él, quizá con más aspereza de lo que quería—. Si tu padre
no estuviese incapacitado por sus intereses en ciertos negocios no habría ninguna duda
en cuanto a su elección. Tú eres su hija y la mejor alternativa que tenemos... Igual que él
o quizá mejor... Precisamente por eso eres lo bastante inteligente para saber que lo que
digo es cierto. ¿Me estás diciendo que vas a dejar que un puñado de puritanas y snobs te
hagan daño? Dios mío, deberías estar muy orgullosa de Eric. Con el tiempo tu retoño será
el mejor Gran Duque que Hermes haya tenido nunca.
Sus ojos se apartaron de los de él y se perdieron en la oscuridad de la espesura.
Apenas pudo oírla.
—Si es que puede doblegar lo malo de su padre que hay en él.
Volvió a mirarle a los ojos y dijo con voz fuerte mientras se erguía:
—He dejado de odiar a Nick van Rijn. En realidad, él fue más honrado conmigo que yo
con él o conmigo misma. ¿Y cómo podría lamentar el haber tenido a Eric? Pero
últimamente..., Pete, tengo que admitir que me gustaría que Eric fuese legítimo. Me
gustaría que su padre fuese un hombre que pudiese vivir entre nosotros.
—Una cosa así podría tener arreglo —respondió él.
Después su lengua se detuvo y permanecieron largo tiempo en silencio; dos humanos
grandes y rubios buscándose mutuamente el rostro a través de una penumbra que casi
les impedía la visión. La brisa arrullaba, el tilirra cantaba y el río reía en camino hacia el
mar.