James Tiptree Jr. - Filomena & Greg & Rikki-Tikki & Barlow &

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2024-11-19
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FILOMENA & GREG & RIKKI-TIKKI &
BARLOW & EL EXTRATERRESTRE
James Tiptree, Jr.
El primer extraterrestre que llegó a la Tierra permaneció setenta y dos segundos:
era un teledesplazado. Describió tres desplazamientos de regreso y se apartó de la
región de Lira.
—¡Caramba!—dijo después—. ¡Qué desastre! Todos envían, nadie recibe. Insistiré
para que coloquen una advertencia en la Efemérides.
A continuación, la Tierra fue visitada por una bandada de xenólogos de Pluma
Alta, que podían soportar cualquier cosa. "Aquí la inteligencia no ha evolucionado",
informaron. "La estructura social está al nivel del más elemental ritual de incubación,
con algunos aportes migratorios. Francamente, no parece apta para anidar. Un
fastidioso montón de mamíferos ha azotado el lugar con conchillas rotas. De interés
sólo para estudiantes de la pseudo-evolución."
Tiempo después, apareció un oscuro mimestrel y permaneció tiempo suficiente
para componer una tocata para hidraulión conocida como "Los ritos nacientes en la
Transmisión del día del Deporte". Durante un tiempo, la Tierra se puso un poco de
moda como fuente de actualizadas captaciones de audio.
En esa época de nuestra historia, los únicos extraterrestres con residencia
permanente eran los de una misión evangélica cerca de Strangled Otter, Wisconsin, y
cuatro ratones-bomberos del planeta Sucio, que estaban especulando con el valor de
la tierra de New York, sobre la base de que pronto el aire estaría privado de oxígeno.
Había un rumor, además, de que algo o alguien estaba oculto en la planicie central de
Australia.
El sistema no tenía líneas para transmisiones regulares. Sin embargo nuestro
héroe, por decirlo de alguna manera, cuando llegó lo hizo con toda fanfarria en una
nave privada, que indicaba que era muy rico o bien que estaba muy desesperado. En
rigor, estaba las dos cosas.
Su nombre podría expresarse como una configuración de la energía y seguida de
varios gestos, y aquí no tiene ninguna importancia.
Le había pedido a su sastre que le creara un soma del tipo del mamífero
predominante, usando las especificaciones del viejo informe de Pluma Alta. En
consecuencia, en la hora pico de una mañana de mayo, en la playa de
estacionamiento del New State Department, se materializó en la forma de un joven
cinocéfalo de culo pelado de cinco metros y medio de altura y brazos muy peculiares.
Afortunadamente, su biotécnico había incluido algunos ajustes optativos. Después
de una breve caminata por la calle E, donde se enriquecía notoriamente la industria
psiquiátrica de Washington, se zambulló en el vestíbulo de la Unión Internacional de
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Trabajadores de la Vestimenta Femenina, para un rápido retoque. Emergió con el
aspecto de un joven e idealizado David Dubinsky, y cuando hubo extinguido el halo se
mezcló con la apresurada multitud.
Lo primero que descubrió fue que las hembras de la Tierra tenían un misterioso
atractivo.
"¡Así que eso es para eso", se dijo a sí mismo. "¡Imaginen!"
Una hembra joven y flexible se estaba adhiriendo a su cuello y emitiendo
temblores a través del saco derecho de Dubinsky, modelo de 1935.
—¿Quiere anidar, señora? —preguntó, mientras la multitud los empujaba contra el
cordón policial. Afortunadamente, hizo la pregunta en Urdu, idioma en el cual suena
notablemente parecido a "¡ayuda, ayuda!"
Ella dejó de mordisquearle el botón de la camisa y levantó la vista. El entusiasmo
de él crecía.
—Eh, usted está tan agitado como yo jadeó ella—. Puedo escuchar los latidos de
su corazón.
La canción gentil y salvaje le hizo estremecer, el labio inferior era un tractriz
perfecto.
—¡Apurémonos hasta la sombra del roble! —exultó en quechua. ¡Qué entorno!
Echaba rayos, agitando el brazo libre en dirección a los carros de asalto y a los
camiones de los bomberos que aullaban al pasar—. ¡Qué luces brillantes, qué tierno el
canto de la sirena!
—Oh, Dios mío—dijo la muchacha; los órganos visuales irradiaban en un ámbito de
430 milimicrones. Emitió un delicioso chasquido con el labio inferior, desalojando
suaves hebras de cabello—. Mire, decididamente, uno no puede hacerlo en la calle.
No aquí—retrocedió para examinarlo—: ¿Usted tiene coche?
El estaba logrando el contacto telepático:
—No—sonrió.
Un altoparlante comenzó a ladrar detrás de ellos.
—San Toledo—murmuró ella.
¡Fuga! ¡Miedo! La sujetó tiernamente.
—La dulce primavera es tu tiempo—razonó él—. Es mi tiempo, es nuestro tiempo,
porque el tiempo de la primavera es el tiempo del amor. Ahí voy. Soy Filomena.
—¿Oh-h-h...?—respiró ella. Eso era reconocimiento. Ya no se iba—. Soy Filomena.
Lo van a aplastar —para regocijo de él, ella lo tomó del brazo y empezó a tironearlo
hacia la calle 21.
—Todavía estoy confundido con este aspecto —le dijo él, acariciando un jeep de
bomberos—. Falta mi equipaje.
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Filomena lo apartó del jeep.
—¿Quién no? ¿Cómo se llama?
—Un cielo así y un sol así nunca conocí —coincidió él.
—Su nombre. No puedo recordar quién es.
—Nombre—se volvió lentamente, admirando la desértica Avenida Pennsylvania—.
¿Rex?—dijo—. ¿Rexall-Liggett? ¡Humble Oil! —todo era perfecto. La hembra estaba
remolcándolo en medio de un torrente de vehículos libres, diciendo "vamos, rápido",
cada vez que él se detenía para saborearlo todo. Inmediatamente llegaron a un claro
con un artefacto en el medio. Parecía que ella buscaba algo. El se hamacaba en el
cordón de la vereda, admirando con la boca abierta el tráfico que se arremolinaba en
torno de ellos—. ¡Fantástico! Oh, qué primitivo. Qué inmaculado. ¡Qué paz!—inhaló
profundamente en el momento en que un ómnibus del distrito entraba en erupción a
su lado.
—Oh, mi madre —ella lo alejó del cordón; una muchacha dulce.
—No quiero... no tengo ganas de encontrar mi Handkoffer. El me recordará.
Suspiro —suspiró expandiéndose, espiándola con ojos de 0,43 micrones—. ¿Es usted
nativa? ¿Mi nariz está derecha?—cambió un poco la nariz de Dubinsky para aprovechar
al máximo el monóxido.
Los adorables labios de Filomena se abrieron tanto como sus ojos, pero no le soltó
la mano.
—Eh —alguien les dijo "eh".
RT se agitó, demasiado excitado para parecer Ralph Nader. Lo llamaban RT,
síncopa de Rikki-Tikki, aunque algunos en White Plains pensaban que era Schuyler
Rotrot, Jr.
—¿Escuchó eso? Hay un monstruo nectomorfo de noventa metros que marcha sobre
la Casa Blanca. ¡La ciudad entera está en trance!
Filomena no dijo nada. RT cruzó y empujó a un enorme sujeto de cabello amarillo
cuyos enormes pies con sandalias estaban apoyados sobre un banco que estaba por
allí.
—Despiértate, Barlow.
En tanto Barlow permanecía inmóvil, el extraterrestre cruzó también con
Filomena. Apoyó la mano sobre los dedos del pie de Barlow.
—Qué grato para mi es dormir —dijo él—, porque mientras perduren la maldad y
la vergüenza, no ver, no sentir es mi fortuna. Michel-angelo.
Los ojos de Barlow se abrieron de golpe.
—¿Lo hice bien? ¿Tu canción?—el extraterrestre se sentía maravillado; confundido
pero maravillado. Se volvió y dejó descansar su mano sobre la cabeza de RT—. Cada
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emancipación es una devolución del mundo humano y de las relaciones humanas al
hombre mismo. Marx, 1818- 1883. Gran excitación en la mañana crece.
—Gran excitación en la mañana crece—dijo RT débilmente, retrocediendo. Barlow
se levantó. El extraterrestre dejó que su mano fuera con RT y luego se la enroscó.
Estiró ambos brazos por encima de la cabeza, se puso en puntas de pie, inhaló,
exhaló, se tiró un pedo, giró como un trompo e hizo chasquear los dedos. De los dedos
brotaron chispas que le saltaron al cabello, que se puso rojo.
—Oh, oh, oh.
—¡NO HACER FUEGO EN EL PARQUE!
—En el borde de la acera había un patrullero. Urgieron al desconocido para que se
colocara detrás del surtidor de agua.
—¿Estuvo mal?—les preguntó con ansiedad—. No veo al ornitólogo, no lo oigo.
Déjenme oírlos a ustedes —suplicó, tratando de tocarles las manos.
—¡Ustedes son Eso! —RT gimió suavemente—. ¿No es cierto? ¿No es cierto? ¿Qué,
quién, Proyecto Ozma? Ustedes saben de energía atómica; han venido a salvarnos,
¿cierto? Omidios. Miren, déjenme que les sirva de sustituto...
—Pienso que deberíamos ir a algún otro lado —dijo Barlow. Era muy alto y rollizo;
el extraterrestre se estiró para mirarle la cara y luego se encogió nuevamente.
—No haga eso—chilló RT—. Rápido, un campo de fuerza, una pantalla invisible.
Escuche, el impulso militar-industrial en este país por sí solo...
—Mujer, encuentra un lugar—dijo Barlow.
Durante todo ese tiempo, Filomena no había dicho nada, sino que había observado
atentamente al extraterrestre, sosteniéndole la mano.
—Usted dijo algo sobre su equipaje—le recordó ella.
La sonrisa del extraterrestre languideció. Hizo un gesto amplio en dirección a
Arlington.
—No hay apuro —palmeó a Barlow, a RT, sonrió nuevamente—. ¿Por qué no
anidamos? Nunca nadie susurró tantos sís diversos.
—Oh, genial, oh, sublime—dijo RT—. Escuchen, si el abordaje de ustedes es
básicamente sociotecnológico, todavía tienen que buscar factores en la escena
psicoecológica.
—Mujer—dijo Barlow.
Filomena asintió y comenzó a guiar al extraterrestre por la Avenida New
Hampshire, con los demás a ambos lados. Había muchísimo ruido a medida que se
acercaban a la Elipse.
—Es difícil comprender que estoy realmente aquí —dijo el extraterrestre,
lanzando lujuriosas miradas de soslayo—. Absolutamente intacto. Naturaleza.
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—Oscilación de fuga hacia delante —estaba diciendo RT—. Atrapado por
deslizamiento de entropía.
—Me siento como después de un viaje —dijo Filomena. Los introdujo en la playa
de estacionamiento de la Universidad George Washington—. Sé donde guarda Greg las
llaves del coche.—La siguieron por un sendero sin pavimentar y encontraron el Toyota
de cuatro puertas de Greg, que apenas pasaba las rodillas de Barlow. Filomena se
agachó y empezó a tantear bajo la esterilla del asiento trasero. Justo en el momento
en que encontraba las llaves, apareció una mano desde el otro lado y se apodero de
ellas.
—Hola, Greg—dijeron todos.
—La última vez tuve que sacarlo del anfiteatro de Carter Barron —dijo Greg—.
Estoy brillantemente cagada.—Puso sus libros en el Toyota; una muchacha pequeña,
limpia, monótona, con un traje democrático.
—Tenemos que ayudarlo para que arranque —le dijo RT; Empujó al extraterrestre,
que fue recibido por Greg—. Vamos, muéstrale. Haz ese asunto psi.
El extraterrestre tomó la mano de Greg.
—El-estilo-cristalino-es-un-affair-gelatinoso-con-forma-de-varilla-con-una-
cabeza-que -gira-como-las-agujas-de-un-reloj-a-la-velocidad-de-setenta-rpm-en-una-
zona-deter- minada-del-estómago-bivalbo —exclamó deleitado—. Es, quizá, la única
parte del animal que puede rotar, lo más similar a una rueda que se ha encontrado
en la naturaleza. Huxley lo llama una de las estructuras más extraordinarias del
reino animal. Yo no lo creo.
—Llegó —aulló RT—. ¡Están real y auténticamente aquí!
Todo siguió así un rato más hasta que Greg dijo:
—De acuerdo, pero conduciré yo—y se subieron todos al Toyota con el desconocido
en el asiento de adelante, entre Greg y Barlow.
—Hágase delgado —dijo RT, y así lo hizo hasta que le dijeron que tan delgado no.
Tomaron la calle 21 en dirección al Memorial Bridge. RT estaba en medio de la
polución.
En el sendero que conducía al puente vieron que la policía estaba deteniendo a
todos. Filomena se quitó la boina de lana y la puso sobre la blonda cabellera de
Barlow y comenzó a tironearle la camisa.
—Cúbrete las rodillas—le dijo. Alguien sugirió que el desconocido debería agrisarse
el cabello. Cuando el policía puso la cabeza en el Toyota, Greg le dijo que llevaba a
sus compañeros a ver la tumba del Presidente Kennedy. Barlow sonrío tímidamente
desde su cabellera.
—Es allí donde está—dijo el extraterrestre de pelo gris, casi en voz alta. La cabeza
del policía giró sobre su eje, retrocedió.
—Es allí donde está—repitió el extraterrestre, mientras subían al puente.
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—¿Qué cosa?
—Mes equipajes. Valise. Portmanteaux —explicó el extraterrestre—. Recién me
llamó.
—¿En la tumba de Kennedy?
—Eso parece—resopló Greg.
El extraterrestre le tocó la mejilla para ver cuál era el chiste.
—Desayuno en Betelgeuse, cena en Denebola, equipaje en Arlington —entonó,
riendo. Barlow estaba enderezando la antena de la radio de Greg a través de la
ventanilla. La teletipo de WAWA empezó: Pip, pip, cordón policial pip Casa Blanca.
Estacionaron en el Cementerio Público de Arlington y se bajaron para dirigirse a pie
hasta la tumba del Presidente Kennedy.
Cuando subieron al sitio de mármol, encontraron a una docena de personas, de
pie junto al bordillo, mirando la llama de gas. La gran caja blanca estaba cubierta de
flores, algunas de ellas naturales.
—Disculpen—dijo el extraterrestre. Se introdujo una mano en la boca y sacó una
especie de micronódulo que extendió en dirección al catafalco. Cayó un ramo de
narcisos y algo pequeño y brillante emitió un zumbido y aterrizo con un chasquido en
la mano del extraterrestre, donde comenzó una especie de parloteo.
—Yo lo vi—dijo una mujer con pantalones rosados.
—Rápido —silbó entre dientes RT—. El protector, el distorsionador hipnótico.
—No puedo—el extraterrestre le devolvió el silbido—, hay una carga extra de
estasis.
—Robando souvenirs —dijo la mujer, cada vez más alto—. ¡Yo lo vi!
—¡Que lo pague, que lo pague! —ladró RT sofocado.
El extraterrestre clavó su pequeño dedo en la cosa parloteante, que se
tranquilizó. Cuando retiró el dedo, era mas corto; se lo puso en la boca.
—Voy a denunciarlo—dijo la mujer, alterada. Su rostro tenía la forma del interior
de una zapatilla—. Vandalismo. La tumba del Presidente. Se abalanzó hacia ellos.
Barlow se adelantó, quitándose la boina de lana.
—Tendrá que disculparlo, señora. Es el Padre del Año de la Distrofia Muscular.
Devolveremos esto a su sitio —sacó el aparato de la mano del extraterrestre y lo
arrojó entre las flores.
—¡El cheque por la demánda! —dijo RT. También se había ido.
Barlow los arriaba lejos del lugar de los Kennedy, a través del declive cubierto de
césped, lleno de muertos comunes. Greg probó su radio una vez más. Omnibus
paragolpes-a-paragolpes, decía WAWA, poner en posición, pip, pip, las fuerzas de
reserva bla-bla Pentágono.
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