BLACK-OUT
Norman Spinrad
Orange County, California. Acabada la cena, Freddie Dystrum tomó una lata de
cerveza, fue a la sala de estar y se sentó en su sillón favorito mientras su mujer
sintonizaba la cadena ABC para escuchar las noticias de la noche. Freddie prefería el
tono digno y perentorio de Walter Cronkite, pero Mildred era una adepta de la sofisticada
sensatez de Harry Reasoner, y ya que ella había aceptado no quejarse de los bramidos
agresivos de Maude, en contrapartida veían a Reasoner. Gracias a compromisos de este
tipo la tranquilidad reinaba en la casa.
Después de la sintonía, el rostro tranquilo y sonriente de Reasoner apareció en la
pantalla, y empezó a hablar de la última crisis gubernamental en España, o en Nigeria, o
en un país parecido. (Para Freddie con el estómago lleno de pollo frito de primera calidad,
que flotaba como una pitón satisfecha en su habitual embotellamiento digestivo, todos los
gobiernos inestables eran parecidos.)
Fue entonces cuando la cosa empezó, despertándole bruscamente. Una mano
apareció bruscamente en el encuadre de la cámara, a la izquierda de la pantalla,
poniendo un trozo de papel delante de Reasoner. En la manga aparecían unos galones
militares. Y cuando Reasoner indignado se volvió para mirar de reojo al intruso, su rostro
palideció y, por primera vez, al menos en el recuerdo de Freddie, ese hombre que había
anunciado sin pestañear, durante decenas de años, todo tipo de catástrofes mundiales
con una calma y un aplomo muy profesionales, se hallaba visiblemente trastornado. La
manga galoneada agitó el papel ante el rostro de Reasoner y, finalmente, el presentador
lo cogió con mano temblorosa dispuesto a leerlo en voz alta:
—Todos los boletines de noticias radiofónicas o televisivos, así como la publicación de
periódicos, serán suspendidos indefinidamente por orden de) gobierno hasta que... hasta
que...
Los ojos de Reasoner estaban desorbitados, como si no llegara a creerse lo que estaba
leyendo. Miró fuera de imagen con aire divertido, tragó saliva con dificultad y continuó:
—...hasta que el Ministerio de Defensa haya esclarecido el fenómeno de los platillos
volantes.
Sin transición, la imagen cedió su puesto a unos silbidos y a unos parásitos
multicolores. Después la voz de una presentadora anunció:
—En sustitución de nuestro habitual boletín de noticias, les presentamos Los Antílopes
del Oeste.
Y un animal de aire asustadizo inició sus saltos a través de la pradera.
Calle 88, Manhattan, New York. Archie y Bill estaban sentados al borde de sus camas
mientras se vestían, completamente convencidos de que iban a-encontrarse a los
Marcianos desfilando por Broadway en sus naves blindadas. ¿No era así como las
victoriosas fuerzas de invasión hacían siempre su aparición en el noticiario televisivo de
las 7?
—¿Crees que va a ocurrir realmente? —rió Archie—. ¿No te imaginas la cara del
presidente?
—¡Cielos, mi OVNI!
—Dios mío, ¿piensas realmente que son unos monstruos, llenos de tentáculos, y que
van a desgarrar los bikinis metalizados de las terrestres?
—Nada hace pensar que tengan que ser heterosexuales. ¿No?