Arthur C. Clarke - Un Ligero Caso de Insolacion

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UN LIGERO CASO DE INSOLACIÓN
ARTHUR C. CLARKE
Otra persona debería narrar esta historia: alguien que entienda el extraño tipo de fútbol que juegan en
América del Sur. Allá en Moscú, Idaho, tomamos la pelota y corremos con ella. En la pequeña pero
próspera república que llamaré Perivia, la golpean con los pies. Y eso no es nada, en comparación con lo
que le hacen al árbitro.
Hasta la Vista, la capital de Perivia, es una hermosa y moderna ciudad enclavada en los Andes, a casi
tres mil metros sobre el nivel del mar. Está muy orgullosa de su magnífico estadio de fútbol, que puede
alojar a cien mil personas. Aun así, es apenas suficiente para dar cabida a todos los fanáticos que se
presentan cuando hay un partido realmente importante, como el anual con la vecina república de Panagura.
Una de las primeras cosas que aprendí cuando llegué a Perivia, luego de varias aventuras penosas en
zonas menos democráticas de América del Sur, fue que el partido del año anterior lo habían perdido a
causa de la deshonestidad del juez. Aparentemente el juez había penado a casi todos los jugadores del
equipo, anulado un gol, y hecho todo lo necesario para que no ganara el mejor cuadro. Esta diatriba me
hizo añorar mi tierra pero, recordando donde estaba, simplemente comenté:
—Deberían haberle pagado más.
—Lo hicimos —fue la amarga respuesta—, pero los panaguros hablaron con él después.
—Es una lástima —respondí—. Hoy día es difícil encontrar un hombre honesto que no cambie de
comprador. El inspector de aduanas, que acababa de tomar mi último billete de cien dólares, tuvo la
gentileza de sonrojarse debajo de las barbas mientras me hacía cruzar la frontera.
Las semanas siguientes fueron duras, aunque no es esa la única razón por la cual preferiría no hablar de
ellas. Pero pronto volví al negocio de las máquinas agrícolas, aunque ninguna de las máquinas que
importaba se acercó jamás a una granja, y ahora cuesta muchísimo más de cien dólares cada vez que
quiero pasarlas por la frontera sin que algún entrometido mire las cajas. Tenía mucho que hacer y lo que
menos me preocupaba era el fútbol; sabía que mis costosos artículos importados serían utilizados en
cualquier momento, y quería asegurarme que esta vez mis ganancias fueran conmigo cuando yo dejara el
país.
A pesar de eso, apenas podía ignorar la excitación al acercarse el día del partido de revancha. En
primer lugar, me obstaculizaba los negocios. Siempre que iba a una conferencia, arreglada con gran
dificultad y gastos en un hotel seguro o en casa de algún simpatizante de confianza, la mitad del tiempo todo
el mundo hablaba de fútbol. Era enloquecedor; y comencé a preguntarme si los perivianos tomaban la
política tan en serio como los deportes.
—¡Caballeros! —protestaba yo—. Nuestro próximo envío de sembradoras mecánicas giratorias será
descargado mañana y, a menos que obtengamos ese permiso del Ministro de Agricultura, alguien puede
abrir las cajas y entonces...
—No se preocupe, amigo —contestaba vivamente el general Sierra o el coronel Pedro—, eso ya está
arreglado. Déjelo en manos del ejército.
Yo sabía que no era conveniente replicar: «¿qué ejército?» y durante los diez minutos siguientes tuve que
escuchar una vehemente exposición de tácticas futbolísticas y la mejor forma de tratar a árbitros
recalcitrantes. Nunca soñé —ni yo ni nadie— que ese tópico estaría íntimamente ligado a nuestro problema
particular.
Desde entonces he tenido tiempo de reconstruir lo que realmente había sucedido, aunque en aquel
momento era muy confuso. La figura central del drama era indudablemente don Hernando Díaz, playboy
millonario, fanático del fútbol, científico aficionado y, estoy seguro, futuro presidente de Perivia. Debido a
su afición a los autos de carrera y a las bellezas de Hollywood, que lo ha convertido en uno de los artículos
de exportación mejor conocidos de su país, la mayoría de la gente supone que la etiqueta de «playboy»
describe completamente a don Hernando. Nada, pero nada, podría estar más lejos de la verdad.
Yo sabía que don Hernando era uno de los nuestros, pero al mismo tiempo gran favorito del Presidente
Ruiz, y que estaba por lo tanto en una posición poderosa pero delicada. Naturalmente, no lo había
conocido nunca; él tenía que ser muy exigente con sus amigos y había muy poca gente interesada en
conocerme a , a menos que no tuvieran otro remedio. Recién mucho más tarde supe de su interés por la
ciencia; parece que tiene un observatorio privado que utiliza frecuentemente en las noches claras, aunque
según los rumores, las funciones no son solamente astronómicas.
Don Hernando debe de haber necesitado todo su encanto y sus poderes de persuasión para convencer
al Presidente; si éste no hubiera sido también un fanático del fútbol, y no hubiera estado dolido por la
derrota del año anterior, como todo periviano patriota, jamás habría aceptado. Pero la originalidad del plan
debe haberlo atraído, aunque no le agradase mucho la idea de tener la mitad de las tropas fuera de acción
durante la mayor parte de la tarde. No obstante, como se lo habrá recordado seguramente don Hernando,
¿qué mejor forma de asegurarse la lealtad del ejército que dándole cincuenta mil asientos para el partido
del año?
Yo no sabía nada del asunto cuando me senté en el estadio ese día memorable. Si ustedes creen que yo
no tenía deseo alguno de estar allí, aciertan. Pero el coronel Pedro me había dado una entrada, y era poco
saludable herir los sentimientos no usándola. De modo que allí estaba yo, bajo el sol abrasador,
abanicándome con el programa y escuchando los comentarios en mi radio portátil, mientras esperábamos a
que comenzara el juego.
El estadio estaba repleto; su gran óvalo cóncavo era un apretado mar de rostros. Habían demorado un
poco la entrada de los espectadores; la policía había hecho todo lo posible, pero lleva tiempo revisar a cien
mil personas en busca de armas de fuego escondidas. El equipo visitante había insistido en eso, para gran
indignación de los locales. Pero las protestas se desvanecieron rápidamente cuando la artillería se
amontonó en los puestos de control.
摘要:

UNLIGEROCASODEINSOLACIÓNARTHURC.CLARKEOtrapersonadeberíanarrarestahistoria:alguienqueentiendaelextrañotipodefútbolquejueganenAméricadelSur.AlláenMoscú,Idaho,tomamoslapelotaycorremosconella.EnlapequeñaperoprósperarepúblicaquellamaréPerivia,lagolpeanconlospies.Yesonoesnada,encomparaciónconloquelehacen...

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